Por Javier Bobadilla ()
La Habana.- Tanto se habló de la muela, hasta que se partió. Algo así como el cántaro que va a la fuente, pero que se rompió sin llegar. Para colmo, fue con un pellejo de pollo.
No es una metáfora. De verdad se me partió una muela. Pero ustedes entienden lo que ustedes quieran.
Un amigo con insignia me recomendó una dentista. Fui el jueves pasado.
En un frío salón de operaciones con el sillón en medio, me mandó a sentarme. Me recliné y abrí la boca. La doctora echó un breve vistazo con el espejito. Volvió a poner el espejito en la bandeja, y me dijo que esa muela me la tenía que sacar.
Que esa muela no iba a ninguna parte. Que se rompió, pero que romperse era el efecto, no la causa. Que estaba mal desde antes de romperse, y que tenía que olvidarme de esa muela, y dejarla ir.
Me quedé mirándola. Un día estás ahí, dando tu muela, y de pronto ya no da más. La muela me dolía antes de romperse, pero no era un dolor que matara a nadie. Era una molestia constante pero sutil. A la hora de comer, toda la boca conspiraba para que la comida no pasara por ahí, pero sin hablar del asunto. Lo del pollo fue un error.
Me dijo que me iba a limpiar la muela para taparme la parte expuesta, y que tratara de sacármela al otro día. Después de mucha maquinita con extremo cuidado, y de ir sacando pedazos de muela con un color y una consistencia que gritaban «Esta muela no sirvió», incluso para el que no sabe nada de eso, me dijo:
«Te limpié todo lo que pude. Todavía veo tejido necrosado, pero si sigo, voy a llegar a la base. Sácate esa muela, mañana o a más tardar el lunes. Si no, vas a sentir el dolor más terrible que hayas sentido en tu vida.»
Y yo le dije que no. En eso estuvimos un rato, hasta que me dio una opción.
«Si el lunes no te duele, te la empasto. Pero que sepas que es un error.»
El fin de semana medité profundamente, y mastiqué con el otro lado. Ya no era una conspiración. Ahora, toda la boca estaba en pánico, y sabía claramente que la muela aquella no se podía ni mirar. El sabor a dentista, el polvillo del esmalte triturado, la vibración del taladro, no se me iban de la cabeza.
Sacarme mi primera muela no iba a ser así. Arrancar de raíz, radicalmente y para siempre, es un concepto distante para mí. Cortar por lo sano. Tumbar esa muela. Dejar esa muela, que no lleva a nada. Que no funciona ni resuelve.
Yo sabía que la doctora tenía razón.
Y últimamente hay mucha gente dando muela por ahí, ya que estamos. Y es una muela bizca con carie. Y me la quieren vender como si fuera la buena. Y no. No va. Porque lo que me están vendiendo es el «Quédate tranquilito ahí, escribiendo bonito, que nosotros sí sabemos lo que hay que hacer», y el «Hay que unir, no dividir», pero a eso que hay que unirse yo no me quiero unir. Y no es de lo que hablábamos el otro día. Hay cosas verdaderamente malas allá afuera, dando una muela muy venenosa.
«Ok. Que conste que es bajo protesta.»
Más empaste que esmalte. Albañilería dental. Muela por gusto, para dar la muela de que están todas. En algún momento del empaste, tocó algo, y un rayo me subió desde la encía hasta el cerebro. La doctora se dio cuenta, y con los ojos me hizo un gesto de «Tú lo pediste».
Terminó, me enjuagué la boca, se quitó el nasobuco y me volvió a mirar.
«Eres un suertudo, pero te va a durar poco. Olvídate de los chicharrones. Me llamarás, para decir que te duele, y me darás la razón. Y me voy, que me llamaron que hay gasolina.»
No es la primera vez que una mujer me dice que me va a doler, y que la culpa es mía. Esa es la historia de mi vida.
La doctora tiene razón. Dentro de mí, algo todavía se niega a desmayar esa muela, aunque sea evidente que nadie se la crea. Yo necesito ese dolor que ella me prometió. Cuando la infección me hinche la cara y el dolor golpee, yo solito voy a ir a que me tumben la mitad de la boca con anestesia, y con mi mejor parálisis facial voy a dejar que me den cincel y martillo para sacarme la muela a pedazos. Encía abierta, pus, hueso roto.
Porque somos así. No sabemos cortar por lo sano, de una vez y por todas. Necesitamos sufrir primero. El dolor es el mejor maestro.
Y no se dejen meter esa muela. En el próximo, vamos a hablar de la reconciliación.
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