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ES UN PROBLEMA DE HUEVOS: ANTES Y AHORA

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Por Olissvael Basso ()
Jatibonico.- Me he caracterizado por tener buena memoria, y aunque ya me está fallando un poco, me ayudó mucho académicamente, sobre todo para el teatro, por tanto recuerdo fielmente episodios de cuando tenía cinco años, allá por 1980.
Una de esas cosas que nunca olvido fue cuando, muchacho al fin, fui a ver cómo tiraban huevos cerca de donde vivían “Los Peñalver” (no recuerdo si fue a ellos o a alguien de por allí cerca, porque por allí también vivían Verena y sus hijos, y nosotros al doblar) y recuerdo perfectamente que era una casa de madera muy alta con las paredes despintadas y aquellos huevos barnizaban la madera machimbrada que servía como frontera a nuevas y diferentes formas de pensar.
Ese fue el momento “mal histórico” de ese entonces. Le agradezco a mi familia no haber llevado un solo huevo en la mano, aunque siempre cuestionaré porqué fuimos como espectadores de una obra de teatro mal contada y muy mal dirigida, y quiero creerme que fue solo por curiosidad. ¡Qué triste haber tenido solo cinco años!
Hoy, casi 45 años después, camino por las calles, busco subsistir en medio de una ola de incomprensiones, chateo con casi todo el que se ha ido para el carajo, buscando mejorías de vida, buscando garantizar un futuro para sus hijos porque aquí y ahora cuesta muy caro hacer un proyecto de vida.
Busco, necesito comer huevo, quiero darle el gusto a mi abuela de comer harina de maíz seco con un huevo frito, o echarlo en la lava de la harina y que se cocine con el calor, quiero hacer un pudín, quiero comerme mi dulce preferido: un flan, pero necesito huevos (de todo tipo, los de gallinas y los que cuelgan) y ahí están, los encuentro, los de gallinas, sobre una mesa, como un objeto museable, me pongo las manos en la espalda, los miro con asombro, pregunto el precio y con la mayor tranquilidad posible, pero sin mirarme a la cara me dicen que “3000 pesos”.
Sé que tienen que vivir igual que yo, pero entiendo que no me miran a la cara porque saben que no es fácil asumir esa cifra. Entonces regreso a mis cinco años y quisiera lamer las paredes de aquella casa (que ya no existe) y así, al menos, mitigar el deseo de comer algo tan insignificante pero tan necesario como un huevo.
El momento histórico se repite pero ahora con una cuota amplia de karma. Y vuelvo a parodiar un mini cuento cubano…: En un pueblo, hace 44 años, mientras sonaban los huevos en las paredes de sus casas, los habitantes soñaban cómo salir de él… Hoy, después de 44 años, en el mismo pueblo, sus habitantes sueñan cómo salir de él, porque no tienen huevos para tirar… ni para comer.

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