Por Hilda Landrove
Ciudad de México.- En una situación donde la capacidad de acción en contra del régimen totalitario está reducida a un mínimo, los esfuerzos por demeritar cualquier propuesta que hable de articulación entre fuerzas opositoras, reconocimiento mutuo y alianzas que crucen las divisiones ideológicas en pos del derrocamiento del régimen, operan a su favor.
En las últimas semanas lo hemos visto claramente con los ataques a José Daniel Ferrer y hoy con Amelia Calzadilla. En esas críticas, nunca nadie es suficientemente puro ni suficientemente anti comunista ni suficientemente nada. Esa demanda de pureza esconde o un radicalismo inútil y enfermizo, que no generará nunca energía alguna para la urgente tarea de superar el régimen tiránico, o trabaja directa o indirectamente para la Seguridad del Estado (G2) y su viejísima estrategia de sabotear cada intento mínimo de organización que surja en la sociedad.
Nuestras oportunidades son hoy muy pocas; poquísimas realmente. Cuba es un país desangrado por el exilio, la cárcel, la crisis económica, y una percepción generalizada de que no hay nada que se pueda hacer contra el régimen criminal bajo el cual vive.
Esto, además, en un escenario en el cual el auge de los autoritarismos de derecha volverá a poner en un plano subordinado los de izquierda (supuestamente «no son tan malos», a menos que te haya tocado vivirlos), con un riesgo real de que los que se ha construido para el reconocimiento internacional de la realidad de Cuba sea desmontado por el cierre de los financiamientos.
El conjunto de las condiciones nos pone en una situación bastante precaria. Si además de eso, la energía política se pone en función de atacar los intentos de articulación que van apareciendo, estamos realmente perdidos.
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