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Carlos Cabrera Pérez
Majadahonda.- Hace diez San Lázaro que los presidentes Barack Obama y Raúl Castro comunicaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas y que La Habana empezó a llenarse de yumas con propinas generosas; incluidos artistas y famosos, y una legión de empresarios aterrizó en Boyeros en la búsqueda de posibles negocios en un país con capital humano y casi todo por hacer.
Los hoteles colapsaron, los taxistas hicieron su agosto al borde de los 56 años de revolución castrista y el Ministerio de Turismo subió suicidamente las tarifas, entre un 20 y un 23%; desoyendo a quienes llevaban años alimentando el fatigado mercado turístico.
La dictadura más vieja de Occidente cambió el discurso público de barricada antiyanqui por el papití de la devolución de tres de los cinco espías inservibles de la red Avispa; mientras un empresario estadounidense consiguió un contrato para ensamblar tractores en Cuba y la Oficina de Marcas y Patentes se saturó de llamadas, emails y transferencias bancarias.
Pero llegó el convaleciente en jefe; enfermo de Secreto de estado, y mandó a parar, mediante una descarga de fusilería en el periódico Granma criticando a Raúl Castro y toda la alegría que se respiraba en una Habana ansiosa y esperanzada; angustiada por el trance inédito y esperanzada con la sustitución de la revolucionaria Oficola por Walmart y Publix.
Obama llegó a volar a La Habana, donde Raúl Castro mostró tanta incomodidad como su hermano ante Mijaíl Gorbachov en 1989 y de la rueda de prensa conjunta quedó una frase: ¡Dónde está la lista! Dámela y esta tarde están liberados. Obviamente se refería a los presos políticos, que siempre son usados como moneda de cambio en los pactos con Estados Unidos y Europa, casi siempre bendecidos por el Vaticano.
Al menos un fotógrafo cubano ligó el parlé y consiguió un importante premio con la imagen del Air Force One sobrevolando la destartalada Boyeros.
Raúl Castro desperdició la oportunidad de su vida, renunciando a pasar a la historia como uno de los arquitectos del derrumbe del más antiguo foco de la Guerra Fría en América y prefirió reafirmarse en el precepto verde oliva de plaza sitiada, que es la zona de confort tradicional del castrismo por su apego a la finquita improductiva y espiritualmente jesuita.
Antes que se jodiera todo, los cubanos vieron en acción al coronel Alejandro Castro Espín, al que pusieron banda sonora de En silencio ha tenido que ser, para recibir a sus héroes a pie de Boeing; pero el heredero se creyó delfín y se ahogó por unas piruetas con el enemigo, detectadas por el Vevak iraní, en Turquía, donde el agua es menos salobre.
Para completar el show, los cubanos asistieron aturdidos al debut del compañero Yusuam Palacios Ortega, un híbrido entre Merceditas Valdés y Eusebio Leal, que dio rienda suelta a su infantilismo martianoide, comió sabroso y salió en la televisión muchas veces, pero no creció políticamente.
La alegría suele durar poco en la casa del pobre, asegura la tradición, pero el presidente Obama consiguió dos éxitos demoledores: un ataque de vanidad de Fidel Castro, que estaba fuera de foco, pero acechante en la jugada y la carencia de coraje político de Raúl para salvar a Cuba; y salvarse ellos, de la opción Chacumbeles en que han metido al país.
No encontré consenso en la dirección revolucionaria, excusó entonces el general de ejército, frase que sorprendió a propios y extraños porque la casta verde oliva y enguayaberada hacía años que habia suplantado el consenso por órdenes que siempre vienen de arriba y son inapelables, hasta que él o su hermano, descubrían -atormentados- que un grupo de criados estaban construyendo el socialismo, con métodos capitalistas.
El portazo a Obama fue el inicio de la jubilación; con un pie en el estribo, de Raúl Castro, que designó a Miguel Díaz-Canel y Luis A. Rodríguez López-Callejas como sus regentes. El cáncer se llevó al ex yerno y la muerte en vida asola al primero, que se inmoló el 11 de julio de 2021, con una orden de combate fratricida, extemporánea y anticubana.
Cuba no tuvo mejor oportunidad que la brindada por Obama; la URSS y Venezuela eran periódicos viejos y un país empobrecido, aislado y dependiente, solo podía ser viable mediante una relación cordial y ventajosa con el mercado más dinámico del mundo.
La excusa agitada por al prensa estatal y los papagayos designados para la ocasión de los peligros que correría Cuba con un estatus de buena vecindad con Estados Unidos se caen por su propio peso, pues la cultura y la nación cubanas siempre han conservado un espíritu de independencia frente a Washington; incluida la ensoñación martiana de impedir a tiempo con la independencia nacional que los yanquis se extendieran por América.
El miedo es humano, Raúl Castro ya no era el joven que asumió el mando en la retirada ordenada del hospital santiaguero, tras el frustrado ataque al Moncada, y él y su hermano sabían que la guara con los yumas los disolvía en la nada con el simple espejismo de supermercados abarrotados de jama y juguetes.
El cosaco rusófilo derrotó al político pragmático que había promovido los encuentros mensuales entre militares de ambos países, en el entorno de la Base Naval de Guantánamo, había despenalizado selectivamente la emigración y autorizado la venta libre casas, carros y teléfonos móviles.
Otra estampa triste fue la de repatriados que intentaron bailar en casa del trompo y encabronaron aún más al compañero Fidel, con esos alardes de mostrar sus relucientes casas y negocios, donde soñaron con darle la patá a la lata; desconociendo que el dueño de la Vita Nuova conservaba intacta su capacidad de aguafiestas.
Como suele ocurrir cuando el tardocastrismo se pelea con la realidad; sus Agentes de influencia, gusañeros y empinadores de papalotes en almíbar empezaron a decir que no todo estaba perdido, que la compañera Hillary Clinton ganaría las elecciones y que tenían margen para negociar.
Cuando los zapaticos le aprietan y las medias le dan calor, el castrismo tiende a comportarse como aquel personaje del chiste de Alvarez Guedes, que se ahogó, esperando a que Dios viniera a salvarlo de la inundación que cubrió su casa; pese a que lo había mandado a buscar tres veces con un botero celestial.
Luego llegaron Trump, que volverá el 20 de enero, y Biden que lo amarró a lo cortico, sin aspavientos, pero sin dejar de marcarlo con jabs a la quijada y el hígado.
La vida de los cubanos en estos dos quinquenios ha empeorado; con mayores índices de empobrecimiento, desigualdad y emigración; pero ya hay convocada una Marcha de lo que queda del pueblo combatiente para despedir 2024 y rezar porque el año que viene ocurra un milagro que vacié las cárceles sin destierros, el marabú sea derrotado por la malanga y la carne de puerco, y las termoeléctricas den luz y no bateos.
Como ocurre desde hace años, a la maldita marcha irán los convencidos, los necesitados de conservar migajas y oportunistas; el pueblo ya desfiló esta madrugada hasta Rincón, donde habrá pedido a San Lázaro un rabo de nube, un aguacero en venganza que se lleve lo feo.
Los graves problemas de Cuba no se resuelven con alardes de resistencia creativa; que siempre recaen sobre los más empobrecidos, ni peleando con Estados Unidos, sino asumiendo la condición de país normal; necesitado de todos y cada uno de sus hijos y de renunciar a la suplantación de la realidad con entusiasmo que nunca llega ni a la esquina de Tejas y solo es carne de noticieros y tribunas.
Los cubanos, incluidos quienes aún creen en el pan con na’, merecen vivir con sosiego, buena alimentación, medicinas, luz y agua potable, y alejados de toda fanfarria inútil de vencedores y vencidos porque, cada vez que la revolución derrota al imperialismo, Cuba se suicida otro poquito.