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Dallas en invierno y el cambio de paradigmas

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Por Carlos Carballido (De la serie Crónicas de Viajes)

SDallas.- alí a caminar por Dallas en uno de esos días donde el invierno parece vigilarlo todo.

Ya lo he hecho en verano, y aunque la ciudad arde bajo un sol insoportable, la sensación es la misma: una gran urbe que vive sin prisa por sentir. Quizás el frío tenga la culpa de que casi nadie se atreva a hacer lo que antes era natural en estas calles que alguna vez fueron históricas y hoy sobreviven mutiladas por la modernidad.

La poca arquitectura antigua que queda parece gritar desde sus ladrillos que el tiempo pasa factura sin pedir permiso.

Camino entre personas que avanzan con la misma vitalidad que un holograma. Zombis modernos que miran sus pantallas como si allí estuviera su misión sagrada. Hablan solas, y uno no sabe si conversan con un auricular diminuto o si la cordura les abandonó en alguna esquina que ya no figura en los mapas.

Las observo, como siempre hicieron los hombres en ese instinto básico de depredador.

Hay chicas hermosas posando para sus selfies de Instagram, buscando la luz perfecta que quizá nunca encuentren. Otros transmiten su vida a seguidores invisibles de sus redes sociales .

Y las mujeres… esas mujeres que antes respondían con una sonrisa tímida al contacto visual, hoy caminan blindadas, con la mirada clavada en el suelo o perdida en una nube que solo ellas ven. Todas solas. Todas lejos. Todas desconectadas sin devolver ni una mueca de labios.

Dallas es cruel en invierno. Un viento afilado te corta la cara como si quisiera recordarte que estás vivo a fuerza de dolor.

Ya nadie se toma de la mano con el descaro de antes. El beso sorpresa de los novios se ha vuelto delito de nostalgia. El manotazo pícaro al amor propio ya no existe. Menos una nalgada lasciva que invitaba a un revolcón al llegar a casa.

Nadie dice “te amo” a gritos. Solo queda el eco de la frase torpe de un primo mío a su novia alla por la Cuba de los 80s : “me tienes la cabeza hecha una melcocha de a peso”. Hoy, eso sería poesía de primer nivel.

La ciudad, aun así, es bella, llena de historia. Llegué en el tren suburbano viendo el paso de la vida en un Texas gris donde a veces hay que tener los mismos testículos que un Lobo Estepario.

Es paradójico este mundo nuevo. Entre los 1.3 millones de habitantes, sentí que era el único caminando con los ojos realmente abiertos. El único dispuesto a ver los detalles que otros pasan por alto porque la vida, tal como la conocen, cabe en la palma de una mano iluminada por LED.

El mundo cambió. Cambió tanto que hasta las iglesias aquí parecen haber renunciado a la esperanza: cierran temprano, como si temieran que alguien busque refugio.

Los restaurantes también están medio vacíos, silenciosos, fríos como el amor que alguna vez nos definió como humanos y que hoy parece guardado en un congelador industrial sin alma.

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