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CÁRDENAS: LA HISTORIA DE LA ISLA DE LA CALLE SÁEZ

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Por Christian Arbóláez ()

Cárdenas.- En Sáez, entre Calzada y Coronel Verdugo, existió un lugar que marcó la memoria de generaciones: La Islita de la Calle Sáez. Más que una simple atracción, esta pequeña isla fue un símbolo de unión, esperanza y nostalgia para el pueblo.

Se dice que fue creada por un padre como un gesto de amor hacia su hijo enfermo, un niño llamado Quirino. El esfuerzo de los vecinos convirtió ese rincón en un lugar especial, un espacio que simbolizaba la lucha y el cariño por un ser querido. Trágicamente, Quirino falleció la noche siguiente a la inauguración de la isla, dejando tras de sí una obra que su memoria mantendría viva por décadas.

Aunque con el tiempo se intentó politizar este espacio, para los vecinos siempre fue un homenaje a Quirino y a los valores que representaba: solidaridad y dedicación.

La islita estaba en el centro de una pequeña piscina pintada de azul, rodeada de agua. En el interior, una representación en relieve de la Isla de Cuba, hecha de cemento, destacaba con su meticuloso detalle. Alrededor, la representación de la Sierra Maestra con rocas pintadas de verde oscuro contaba la historia de las guerras, adornada con pequeños soldados, tanques y cañones.

En Navidad, el lugar se iluminaba con luces de colores. No eran adornos extravagantes, pero para Cárdenas tenía un encanto único.

Familias enteras se reunían allí para disfrutar de la decoración, mientras los niños lanzaban monedas al agua pidiendo deseos. Monedas de plata pura, que nadie tocaba, pues había una disciplina y un respeto que hoy parecen pertenecer a otra época.

Por años, el cuidado de la islita estuvo en manos de un joven de la cuadra que se dedicaba con esmero a mantenerla impecable. Pero tras su fallecimiento, el lugar comenzó a decaer. Aunque se realizaron algunos intentos de restauración, nunca volvió a ser lo que fue.

Hoy, la Isla de la Calle Sáez es un eco de tiempos pasados, una historia que aún vive en las memorias de quienes la visitaron. Es un recordatorio de cómo un pequeño rincón puede ser transformado por el esfuerzo colectivo, y de cómo los lugares cargados de significado sobreviven más allá de su deterioro físico.

Para los cardenenses,la Islita de Quirino no era solo un adorno urbano. Era una mezcla de historia y nostalgia. Un lugar donde se cruzaban los sueños de los niños con la esperanza de sus mayores.

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