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Por Carlos Cabrera Pérez
Madrid.- El gobierno canadiense trató de hacer pasar un gesto de amistad hacia Cuba, como un acto de guerra, haciendo el ridículo ante sus ciudadanos, el eje norteamericano y La Habana, que debe estar muerta de risa con la estupidez del ministro de Defensa Bill Blair quien -emulando a Cheo Malanga- sacó un matavacas de palo.
La administración Trudeau pensó que -dentro de los actos por el 80 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba- debería mandar un barquito de papel a La Habana, pero no calculó que la visita del patrullero coincidiría con la de una flotilla rusa, que incluía un submarino atómico, y la estancia en la Base Naval de Guantánamo, de un sumergible nuclear estadounidense; a los que luego se sumó un buque escuela venezolano en Santiago de Cuba.
Por primera vez, en muchos años, los cubanos pudieron ver varios barcos bélicos juntos porque la Marina de Guerra Revolucionaria (MGR), está -como la aviación militar- liquidada; solo van quedando las patrulleras de Guardafronteras y los yates de lujo del general de ejército y su pelotón.
Todo el lío marino parece que cogió desprevenida a la ministra de Exteriores canadiense, Mélanie Jolie, que había anunciado la visita como gesto conmemorativo del 80 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, y habrá hecho reír a más de un almirante estadounidense, a jefes cubanos y a ciudadanos de ambos países con sentido común.
La torpeza canadiense será aprovechada por el embajador cubano en Ottawa, Rodrigo Malmierca Díaz, que sabe más por oficial de Inteligencia que por diplomático y; desde su acreditación, está moviéndose con bajo perfil activo e identificando posibles aliados tácticos en el mundo económico, medioambiental, científico y social de Canadá, donde hay personas proclives a los cantos de Carraguao.
En su labor de búsqueda y captura, el embajador tiene tres hándicaps, la insolvencia cubana que asusta a posibles inversores, el desastre turístico de la isla, que ha mermado el flujo de viajeros del otrora primer emisor, y un chino que monitorea sus movimientos con paciencia milenaria y entusiasmo Caribe, para evitar que Malmierca Jr. deje camino por vereda; aunque Rodriguito no es tonto ni durmiendo y sabe que Canadá fue la tumba del coronel Alejandro Castro Espín y su combo de matraqueros.
El opositor Partido Conservador de Canadá mantiene la presión sobre el gobierno Trudeau en sus relaciones con La Habana, que pasan por una mezcla de cierta denuncia de violaciones de los derechos humanos con la equidistancia de Estados Unidos, que tan rentable resulta políticamente para México y Ottawa, atados a Washington por un Tratado de Libre Comercio.
La Habana, que desde 2019 está atrapada en su particular Vía Crucis de resistencia creativa sin limonada, habrá gozado con la breve fantasía de marinos de cuatro países pisando suelo cubano y alimentando la propaganda gobbeliana de los departamentos Ideológicos del partido comunista y la Contrainteligencia, diciendo, miren, compatriotas que importante somos porque la visita de los rusos ha desvelado a americanos y canadienses, en la reiteración del perjudicial ombliguismo criollo