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ADRIA, ESTORINO, ELOGIOS Y PALABRAS

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Por Norge Espinosa Mendoza ()
La Habana.- Alguna vez ella me dijo: «Yo soy de palabra», y vaya si lo era. La recuerdo como se recuerda a una actriz tan notable, pero también como a esa persona que se plantaba a decir verdades sin miramientos. Y su risa, claro. Y el gusto de verla en escena y fuera de ella. Con ella, viene el nombre de Abelardo Estorino, qué duda cabe. Y para recordarlos a ambos es que saco, del «baúl de los recuerdos», las palabras de elogio que ella pronunció cuando el Instituto Superior de Arte otorgó al autor de Morir del Cuento la condición de Doctor Honoris Causa.
Acá les van esas palabras de elogio tan cálido, y como pensar en ella y en èl me hace más generoso, también las que Estorino pronunció en dicha ceremonia, en aquel noviembre de 2009.
PALABRAS DE ELOGIO, ADRIA SANTANA
Abelardo Estorino, dramaturgo, escritor, y mi amigo querido: siempre haciendo un teatro para reconocernos y mejorarnos, o jugando con el teatro y desde el teatro para dinamitarlo, para mostrarnos nuestra identidad como nación, sin falsos folclorismos. O en tu lucha constante entre el poder y la sociedad, narrando la historia no como documento, sino como historia viva y obligando al actor a exponerse, a arriesgarse, mostrándonos en tu obra la obsesión por la limpieza, que no es más que un acto de renovación constante.
Estorino, no sé si es modestia o es máscara, o es olvido, pero nunca hablas de tus méritos. Nunca nos cuentas que cuando llevaste tu obra Vagos rumores a Nueva York fue seleccionada para ser grabada y archivada para la Biblioteca Nacional de los Estados Unidos por su excelencia, además de todos los premios que recibió. O cuando estuviste en Venezuela, y te enteraste que tu obra es estudiada en muchas de las universidades de América Latina. Pero tantas medallas, premios internacionales y reconocimientos, no te han hecho olvidar que eres parte de la vida teatral, siempre activo, muy activo, como creador y como espectador.
Ahora, quisiera compartir con ustedes qué pasó hace 20 años, aquí, en este lugar, cuando Estorino me llamó para leer Las penas saben nadar, su primer monólogo. Fue en su casa, estábamos allí Raúl Martínez, nuestro inolvidable pintor cubano, Estorino yyo. ¡Qué angustia! No podía imaginar que podía hacer con aquel texto, con el que además querías participar en el Festival competitivamente, como uno más. Sabía que era un privilegio enorme estar en aquella casa, rodeada de plantas, de objetos, de libros, de cuadros de Raúl. Estaba llena de emoción ante un momento que sabía sería irrepetible, y también llena de terror, de inseguridad y de dudas. Y así empezamos los ensayos, y así empezó a crecer Greta, dentro de mí y junto a ti, Estorino. Y junto también a amigos que nos apoyaron tanto: Doris, Saskia, Boris, René Marín, Repilado, y que fueron vistiendo a Greta, maquillándola y llenándola de luz. Era nuestra primera experiencia ante un monólogo como espectáculo en sí mismo, para ti y para mí. Hemos hecho más de 300 representaciones de este monólogo en Cuba y en buena parte del mundo. Y todavía hoy oímos, limpiamos, y cambiamos. Porque para ti, Estorino, no existen las verdades absolutas, ni en tus textos ni en tu vida. Tú, Estorino, como el Esteban de La casa vieja, crees en lo que está vivo y cambia.
El teatro sin Estorino no sería el mismo, ni yo sería la misma actriz ni la misma persona, porque más allá de la relación director-actriz somos dos seres humanos con ideas estéticas similares, concepciones y maneras de hacer y pensar similares, incluso en nuestras contradicciones. Gracias, Estorino, que me has dado tanto. “Y ahora, me voy por allí. Si cruzo aquella puerta, llegaré a ser una gran actriz”.
PALABRAS DE ACEPTACIÓN, ABELARDO ESTORINO
Buenas noches:
En este momento me siento cohibido, como siempre que recibo un homenaje. Con este, no sé cuántos son, pues con tantos años vividos he perdido la cuenta y lo más curioso, mientras más recibo, menos me parece que los merezco. No es humildad, cansado estoy de decir que no soy humilde: soy realista, como mi teatro. Sucede que cada obra que escribo me parece incompleta y debo trabajarla más, hasta alcanzar un nivel que sea inaccesible. Trato de entender la realidad sin vivir de ilusiones. Los premios son algo ajeno al teatro. En algunas ocasiones, siempre sirven para entorpecer la creación y llenar al que los recibe de obligaciones que le impiden dedicarse a lo que más le interesa: sentarse a pensar en la próxima obra. Sentarse a la máquina y teclear hasta tener un primer manuscrito. Sentarse en la silla del director (sin nombre en el respaldo como en el cine), y ensayar. Sentarse en una butaca del teatro a sufrir el día del estreno. Sentarse en un sillón en la casa a leer la crítica y estar o no de acuerdo, pero yo siempre he confiado en la bondad de los amigos, que se cuidan de no ofenderme.
Para aquellos que estudian dramaturgia o teatrología, si me lo permiten, les daría un consejo, ya que más sabe el diablo por viejo. Deben saber que la vida del artista no es una vida de goces, es una vida de sufrimientos. No os embulléis pensando en la felicidad, os lo digo de esta forma aunque ya no estemos en ningún centenario del Quijote. Claro, es un dolor dulce, con sabor a gloria, y aroma de ilusiones. Pero lleno de dudas después que terminas una página, y dices: “Gracias, Dios, una más. Dentro de un mes tendré cincuenta o setenta páginas: un texto completo, la primera versión.”
Y entonces, leer con crueldad lo que uno ha escrito, leérselo a algún amigo en cuyo criterio confías. Recuerdo cómo, terminadas dos o tres páginas, llamaba a Raúl Martínez, crítico exigente, demoledor, como lo era consigo mismo; y lo torturaba zumbándole esas páginas por los oídos. Reunir unas cuartillas hasta llegar a la exiguacantidad necesaria para una obra de teatro completa, que nada tiene que ver con los cientos de páginas de una novela. Novela que siempre he querido escribir, y nunca me he atrevido. Porque me cuido. Cuánto me dolería escribir una mala novela. Tanto como temo escribir una mala obra. Por eso soy la insatisfacción en persona y busco la posibilidad de encontrar una forma más precisa para decir lo que he anhelado. Qué placer. Sí, hay una gran satisfacción en reescribir una página, enmendado los errores de redacción y concepto que la escena pretende ofrecernos.
Y volver a leerla una vez más hasta que se logra una copia limpia, con la nitidez que brinda la técnica moderna, solo blanco y negro, sin que el bolígrafo corrector afecte su virginidad, aunque le falte el alma de las viejas máquinas, las viejas plumas de ganso y los viejos pensamientos. Y la profundidad, ¡ay, la profundidad!, palabra menospreciada, y además lograr la exactitud de concepto y de sentimiento que harán el esfuerzo perdurable. Eso sí, pienso que debe escribirse pensando en darle una amplitud que alcance la posteridad, o de otro modo lo que se obtiene hoy no sirve para el presente. Divina y diabólica posteridad que en los tiempos que corren no sabemos si ocurrirá. Aún después de publicada, descubro escenas que podrían tener una estructura más novedosa, un diálogo con más ritmo, sustituir un verbo por otro que sea la palabra exacta que exigía Flaubert. Y aquí me tienen, para recibir el honor que me confieren en presencia de los amigos y los alumnos, con la presencia de los profesores que los preparan para que lleguen a escribir sus obsesiones, estrenarlas y recibir después premios y honores como este.El enlace no se detiene.
Ustedes estarán mejor preparados que yo, que no tuve la suerte de ir a una escuela donde me dieran la información necesaria para manejar los instrumentos imprescindibles para escribir y crear ambientes, y personajes e intrigas que se desarrollan linealmente o a saltos, según convenga al tema. O tal vez trabajar en un grupo alternativo que investigue el tema con improvisaciones, para después obtener de ellas un espectáculo sin tema, desarrollo ni conflicto, como decía Virgilio. Algo así decía. Leo lo escrito y me he pasado de las dos páginas que me proponía leer. Ahora esperan que haga un final teatral, y me dispongo a oír los aplausos, cumpliendo así todo el ritual. Pues bien, no habrá final teatral, sino una palabra simple, cotidiana como ninguna, que entraña una verdad que echa por tierra toda esta palabrería con que he querido ocultar la emoción de esta noche: gracias.
Abelardo Estorino
Doctor Honoris Causa.

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