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ABAJO SIEMPRE ES…

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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Hace días se armó la perreta de la «nueva escuela al campo», que como casi todo es fiebre un día, «destemplanza» al otro (febrícola pa los fisnos) y congelamiento a la semana.
Pero recordé mi beca en San Antonio de los Baños. Especialmente el frío que se manda en aquella zona. Yendo por la carretera hacia San Antonio, en vez de doblar pa la derecha pal pueblo, ahí mismo dabas izquierda y unos kilómetros después venía mi beca «Primer Partido Comunista de Cuba» (Dios).
Pues que aquello es zona tabacalera y en materia de tabaco hice de todo. Desde gatear por el surco pa meter con dos dedos la postura en la tierra anegada, hasta quitar las telas y los alambres del campo. Bue… Y fumarme los tabacos acostao en el primer piso de la casa de tabaco… O campana, que no fui na decente ni a esa edad. La campana seca y apurruñá da un vuele galáctico pero es buena pa las vías respiratorias.
Pero recuerdo con especial «cariño» la recolección de hojas. El tabaco tiene tres «zonas» según recuerdo. A la más pegada a la tierra le llamábamos «librepié». Y era la primera que había que colectar de la mata.
Tengo que apuntar pa los que no saben, que las hojas de tabaco, allí, en la mata, son pelúas, sí, las cubre un vello que desprende una resina pegajosa que se estanca en las hojas y se guachipupea con el agua del rocío.
Todas las hojas de la mata de tabajo se sacan de la mata pegao al tallo. Se hace una presión hacia abajo y «¡track!» la hoja parte rente al tallo. Pero cuando usted hacía eso a las siete y media de la mañana con el cuerpo por debajo de la mata…. ¡Buaaaafff! toda el agua pegajosa aquella le caía como lluvia. Y en la medida que pasaba la mañana, aquello secaba y usted servía pa sello de correo.
Teníamos un «tío» que era el que nos guiaba en las labores. Un guajiro recio y serio que seguro pensaba que éramos una plaga (y no le faltaba razón). Cogía unos encabronamientos épicos. Y lo recuerdo «sentado» de una manera peculiar: sin apoyos, se agachaba poniendo la planta de los pies de a lleno en la tierra y con los glúteos descansaba casi en los calcañales de las botas.
– Tío -le dije una mañana… ¿no hay manera de sacar la librepié sin cagarse?
Se quedó mirándome un rato mientras le daba vueltas con los dedos a su tabaco en la boca. Y luego me respondió algo que no entendí bien hasta años más tarde:
– Abajo siempre es lo primero y lo que más embarra.

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