(Tomado del muro de Facebook de Carlos Cabrera ()
Madrid.- Finales de los 80, la casa del «gallego» Posada, en los altos de La Bodeguita del Medio, se convirtió en sede de fiestas donde acudíamos jodedores de todos los barrios y pueblos de La Habana, que también los tiene.
Una vez que Raulito Rivero se calentaba con ron, subía a la azotea y profería gritos y exclamaciones como «Yo me cago en la madre del barbú singao ese». Tras la serenata, acudía el jefe de sector de la Policía Nacional Revolucionaria, que debía tener instrucciones de bajar tensiones, sin dejar de meterle un conteo de protección al poeta.
En una de aquellas tardes-noches, coincidieron Raulito y Guillermo Rodríguez Rivera, a quien Raulito, dijo: Oye, gordo, tu sabes que yo me cago en la resingá de la madre de Fidel. A lo que Guillermo contestó sin inmutarse: Raulito, está bien, pero porqué tanto encarne con la mamá del tipo; no sé, cágate en la de Pedro Ross.
Y ni corto ni perezoso, Raulito subió la escaleras, accedió a la azotea y comenzó a defecarse en la progenitora del entonces secretario general de la CTC; provocando la segunda visita del jefe de sector que soltó su muela persuasiva y se fue.
Posada, nos miraba a todos desde su rincón, y dijo: Estas fiestas son las buenas, yo pongo la casa, Blas y Carlitos la jama y la curda y Raulito la policía.
Años después, nos reencontramos Posada y yo en su natal Asturias, en una casa con terreno, que el ayuntamiento de Villaviciosa, su patria chica, había cedido al artista. Tras los saludos y alegrías, las mujeres se fueron a por manzanas y el «gallego» y yo nos quedamos evocando parte de lo vivido.
Discrepamos sobre Raulito, él lo consideraba mejor poeta que periodista y yo lo contrario, porque lo había visto hacer notas informativas -el género más difícil- con una calidad y agilidad asombrosa; aunque se tratara de un refrito de AFP o Reuteurs que -en manos del gordo- se convertían en noticias de alcance.
Echándome el brazo por encima, José Luis Posada, me dijo, ¿entonces quedamos, en que tu dibujas, yo escribo y Raulito hace todo mejor que nosotros?
Sonreí, y cuando me volví al pie del carro, para decirle adiós con la mano, el «gallego» estaba llorando; como si juntara en cada lágrima las soledades y desventuras de sus amigos; mientras su última mulata miraba a uno y a otro, sin entender lo que estaba pasando.
Tiempo después de la repentina muerte de Posada, en San Antonio de los Baños, vino a Madrid Guillermo Rodríguez Rivera, lo subí a Majadahonda y comiendo bacalao con tomate, se le salpicó la camisa; fui a por un quitamanchas y, mientras se lo aplicaba a la tela, me preguntó si había visto al «gallego, le conté el encuentro en Asturias y Guillermo, que hablaba a mandíbula batiente, calló y los ojos se le llenaron de agua.