
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Albert Fonse (9
Trump sale airoso. No es que celebre esto a posteriori; en mis publicaciones llevo tiempo defendiendo su exigencia de aumentar el gasto militar de los países miembros de la OTAN. He criticado con fuerza la tibieza, el parasitismo de Europa y Canadá, y he respaldado con argumentos la necesidad de una redistribución real del esfuerzo estratégico.
Esta noticia no me sorprende, pero sí me alegra profundamente. Es una victoria clara, concreta y necesaria para Occidente. Siempre he dicho lo que pienso, sin fanatismos, y hoy corresponde elogiar a Trump con justicia. Hace solo unos días lo critiqué duramente por su posición en la guerra entre Israel e Irán, así como por su indiferencia frente a la dictadura cubana. Esa crítica la mantengo. Pero ahora estamos ante una gran noticia, una que solo ha sido posible gracias a Trump y a los hechos que confirmaron su advertencia.
La invasión rusa a Ucrania, el crecimiento acelerado del poderío militar de China, el conflicto en aumento entre Pakistán e India y el reciente estallido entre Irán e Israel han obligado a despertar a los que dormían. Trump encendió la alarma cuando nadie quería escucharla.
Durante su primer mandato, Trump exigió que los países de la OTAN aumentaran su inversión en defensa al 3 % del PIB. Fue ridiculizado por la prensa, despreciado por los burócratas europeos y acusado de desestabilizar la alianza. Hoy, esos mismos países acaban de firmar un compromiso aún mayor: elevar el gasto militar al 5 % del PIB, con un mínimo del 3,5 % en gasto directo. Lo que antes se llamaba “locura trumpista” hoy se ha convertido en doctrina oficial. Trump no solo tuvo razón, sino que fue el único con el coraje de decirla.
Esta decisión representa un giro histórico. Por primera vez en décadas, la OTAN comienza a dejar atrás su rol simbólico para asumir una postura estratégica real. El escenario global ya no permite tibiezas. Las amenazas son múltiples, visibles y coordinadas. Trump lo entendió primero. Señaló sin miedo la hipocresía de Europa, denunció la dependencia económica hacia Estados Unidos y no tuvo reparos en llamar parásitos a quienes querían los beneficios de la alianza sin pagar el precio de la seguridad.
Mientras esto ocurre, Pedro Sánchez vuelve a exhibir su verdadero rostro: el de un cobarde oportunista al frente de un gobierno corrupto. España no se sumó al acuerdo del 5 %. Sánchez alegó que el 2,1 % ya era suficiente, como si la seguridad colectiva fuera opcional. No se trata de falta de capacidad, se trata de prioridades.
El dinero lo tiene, pero lo gasta en mantener su maquinaria ideológica. Financia chiringuitos, subvenciona grupos radicales, sostiene un ministerio de “igualdad” que no sirve para otra cosa que para fabricar propaganda, y hasta se ha demostrado que miembros de su partido han utilizado fondos públicos en prostitutas. Este es el nivel moral del gobierno socialista que se niega a invertir en la defensa nacional.
Sánchez debería haber dimitido hace mucho tiempo, por decencia mínima, después del último escándalo de corrupción. Pero como buen socialista con alma comunista, no conoce la vergüenza. Su permanencia en el poder es sostenida por la propaganda, la manipulación y el reparto de privilegios entre sus aliados ideológicos. Mientras Europa empieza a despertar, España sigue atada a una clase política que vive del cinismo.
Trump no se quedó callado. Señaló a Sánchez directamente y lo puso en su sitio. Advirtió que habría consecuencias económicas para los países que no se sumaran al nuevo esfuerzo militar. Habló de aranceles y medidas concretas, no de diplomacia vacía. Es así como se construye una alianza real: con presión, con liderazgo, con claridad moral. No con discursos progresistas ni con palabras huecas que solo sirven para encubrir la cobardía.
La imagen oficial de la cumbre lo dice todo. Trump aparece en el centro, rodeado por los líderes que ahora acatan lo que antes negaban. Pedro Sánchez, en cambio, aparece apartado, aislado, fuera del eje de decisiones. Esa foto refleja la realidad: Trump lidera, Sánchez estorba. Uno marca el rumbo, el otro es un lastre.
Esta victoria no es solo política, es simbólica. La OTAN empieza a asumir el rol que nunca debió abandonar, y lo hace empujada por la voluntad de un hombre al que muchos odiaron por decir la verdad demasiado pronto. Trump entendió el momento histórico. Lo anticipó. Lo exigió. Y ahora, lo logró.
Sánchez, en cambio, quedará registrado como el dirigente que se negó a defender a su país mientras malgastaba el dinero público en ideología, privilegios y corrupción.