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Por Esteban Fernández Roig
La Habana.- Nos catalogaron como gusanos, lumpen, vende patria, batistianos, escoria, lame botas de los norteamericanos.
Familiares cercanos, y personas que considerábamos amigos de toda la vida, al simpatizar con el régimen implantado, no solamente se peleaban con nosotros. ¡Nos odiaban!
Al salir lo perdíamos todo, al llegar al aeropuerto nos quitaban todo lo que les daba la gana.
Como las noticias iniciales eran que estábamos pasando más trabajo que un forro de catre, los degenerados se divertían. Estaban de fiesta al enterarse de nuestras vicisitudes.
La comunicación con nuestros seres queridos era prácticamente inexistente, nula, había que pasarse días para lograr una corta llamada telefónica.
Las cartas demoraban meses en llegar, creo que primero tenían que ir a México -o sabe Dios dónde- y después ir para Cuba y viceversa. La única forma de comunicación urgente era mediante telegramas.
Prohibido era -como si fuera el mayor de los delitos- que un fidelista se comunicara ¡ni con un hijo o padre en el exilio!
No permitían visitas -ni de allá para aquí ni de aquí para allá- ni a nosotros nos interesaba en lo absoluto claudicar.
Así estuvo por décadas, hasta que se acabó el subsidio soviético. Entonces se les puso la caña a tres trozos a los castristas y recibieron la orden de parar de llamarles “gusanos” a la “generosa comunidad cubana en el exterior”…
La tirania se dedicó a extraerle los dólares a todo el que se dejaba.
Pero que quede claro, de la parte de acá todavía quedamos muchos que seguimos siendo exiliados. No olvidamos ni perdonamos tantas afrentas, y les decimos: “Mientras la patria no sea libre, allá no vamos ni a buscar centenes”.