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Por Michel Hernández ()
El día de la prensa en Cuba, con sus respectivos diplomas y festejos, casi pasó desapercibido en las redes de la isla a causa de un artista que exige para sí el olimpo tras crear una obra que viéndola con los ojos de los que la aplaudieron debería enfundarse en la humildad y en el reclamo de que otros ocupen el lugar entre nosotros negado. Ese escenario, digno de la comicidad y el chiste, da pie a un tema mayor y de más profundidad que está hipotecando el futuro de la historia cultural de Cuba.
A pesar de la crisis, de decretos destinados al fracaso y de la sangría migratoria, Cuba sigue manteniendo una actividad musical y cultural palpitante desde la escena más conocida y desde el underground más radical.
En Cuba han ido surgiendo artistas que han desafiado la teoría del caos para hilvanar y defender una obra que debería al menos tener un reflejo en medios cuya función social es precisamente esa, ser cronistas de su tiempo y no permitir el anonimato para corrientes culturales que merecen la luz.
A falta de otros medios que cumplan su objetivo social han sido creados nuevas plataformas que en pocos años dejaron testimonio de ese tiempo cubano que se salta la crisis para parir una cultura sonora digna de primeros planos y que han puesto el cierre por situaciones que se han precipitado cuando más necesarias eran.
A diferencia de hace muy pocos años hoy en la isla apenas existen medios que den abrigo a la crítica cultural más allá de lo anecdótico y de su relación con la política.
En nuestro país están ocurriendo acontecimientos culturales memorables por su calidad, sin embargo no aparecen reflejados en los medios tradicionales que obviamente tienen esa función, salvo muy pocas excepciones. Ese silencio podría apagar las voces, las ganas de mantenerse en el ruedo, el sonido de unas guitarras lejanas y los precipitados golpes de la percusión.
Pero se imponen las ansias del alba, para decirlo en palabras del trovador que no se deja de extrañar. No solo por la grandeza de sus canciones sino también por la grandeza de su humildad.
El silencio y el vacío también habla de la desprofesionalización y el desinterés de una parte de la prensa en Cuba, de la partida de las páginas de periodistas que un día se entregaron a cumplir esas palabras de Eliseo Diego y la muerte de otros profesionales. No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio,. Por eso a veces a unos más que otros les cuesta el desarraigo.
Pero dejar la huella que pide Eliseo cuesta. Cuesta dedicación, investigación, enfrentamientos, desafíos. Y no todos están dispuestos a cruzar esa franja que con frecuencia lleva a un lugar bastante solitario e incómodo. Incierto.
La culpa del silencio también la tiene uno por abandonar y la tienen otros por empujar, con sutilezas o no tanto, a que varios colegas salgan de un sitio en el que durante décadas pusieron en contacto al lector con los escenarios musicales más diversos y originales.
El periodismo cultural, al que me quiero referir especialmente, está en uno de los momentos más reduccionistas de los últimos años.
A excepciones de unas pocas revistas que siguen saliendo con dignidad, una buena parte de las notas que les llegan a los cubanos en papel impreso están escritas desde la falta de conocimiento de causa y del distanciamiento de las claves del entorno donde se crean las obras que quizá, por qué no, también sean obras de arte en un futuro.
Si tomamos como referencia los periódicos diarios o la web de los medios tradicionales podríamos pensar que no pasa nada o casi nada en la escena cultural en Cuba. Por no mencionar otros ámbitos del periodismo.
En Cuba sobran entornos culturales que merecen la pulsión de escribir, que merecen una palabra, una línea, una crítica. Pero la sistematicidad de otros tiempos ha sido cubierta por la acometida de la ausencia. La pregunta es qué se hace para pasar página y volver a escribir sobre una cultura viva y cada vez más trasnacional a pesar de la sobrevivencia de la que muchas veces no escapan sus cultores. A pesar de la carga de la político.
En la academia solo se aprende el algoritmo de la palabra pero en la calle y en la vida se aprenden las verdaderas heridas del periodismo, que conlleva una dosis de riesgo que inevitablemente hay que disfrutarla en la sangre.
Hace muy pocos días un grupo de rock, Histéresis, anunció que se retiraba de los escenarios. Dijeron que algunos de sus integrantes iban a emprender la ruta hacia lo desconocido y otros la ruta hacia la sobrevivencia sin cruzar el cielo, que es lo mismo. Quién sabe si esta banda, que puede ser cualquier grupo, cualquier músico, cualquier artista, hubiera recibido la atención que por la probada calidad de su obra, merece, su decisión hubiera sido distinta o se hubiera postergado antes de cruzar la cerca hacia lo prácticamente inevitable.
Podría parecer exagerado, pero el hermetismo, el silencio y la desprofesionalización, amenazan con dejar pasar a generaciones de artistas sin que la mayoría de los lectores los conozcan. Sin que se enteren de sus relatos de éxitos o de derrotas. Yo, que no soy ejemplo, solo puedo dar un consejo. Y no es otro que hacerle caso a Eliseo Diego.