Por Laritza Camacho
La Habana.- Otro que valía 15 centavos era el Frozen. El pobre, nunca fue bueno, pero resultaba atractivo y dulce. Mi tía decía que aquello era agua de chirrie.
A nosotros nos gustaba reunir los quilos de las ofrendas en las palmas de Palatino y cuando teníamos 100 o 200, íbamos hasta el Frozen y dejábamos caer el dinero en el mostrador…
La heladera protestaba, sin embargo, nos daba lo que pedíamos diciendo: «qué voy yo a contar la quiletera esa».
El grupo se iba siempre entre carcajadas, mordíamos la punta del barquillo y chupábamos rápido para que no se nos derritiera el helado en las manos. La gracia era comprar con quilos y correr en desbandada.
¡El que pise raya come toalla! ¡El último es la peste!
Todos pensábamos entonces que corríamos hacia el futuro. Agua de chirrie volvería a decir mi tía, si estuviera viva.
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