Por Dagoberto Valdés Hernández I ()
Pinar del Río.- El lunes pasado el título de mi columna era “No sé de qué hablar en estas circunstancias”. Me refiero, claro, a la situación límite y terminal que está viviendo Cuba.
Uno de mis lectores, tomando al pie de la letra aquel recurso de “que no sé de qué hablar” con el que quería reflejar lo crítico de la situación, me aconsejaba literalmente: “Entonces, háblales de Dios”.
Este consejo me ha provocado esta reflexión de hoy:
• ¿Cómo se habla de Dios a un pueblo desesperado?
• ¿De qué Dios le hablaría a tanta gente que sufre, es aplastada, encarcelada, engañada, manipulada… y tantas cosas más?
Hay dioses falsos, ídolos viejos y nuevos, caricaturas de Dios que esconden al Dios Único y Verdadero, que una parte de este pueblo negó, escondió, disimuló, para “no perjudicarse ellos y sus hijos” cuando la persecución religiosa de un Estado ateo que se llamó a sí mismo materialista, convirtió en una “mancha en el expediente” lo que debía ser una buena experiencia de vida para alimentar la virtud de los cubanos. Dejaré que hable de Dios el mismo José Martí:
“Hay en el hombre un conocimiento íntimo, vago, pero constante e imponente, de un gran ser creador: este conocimiento es el sentimiento religioso, y su forma, su expresión, la manera con que cada agrupación de hombres concibe este Dios y lo adora, es lo que se llama religión […] Dios existe y se le adora. Todo pueblo necesita ser religioso. No solo lo es esencialmente, sino que por su propia utilidad debe serlo […] La religión es la forma de la creencia natural en Dios y la tendencia natural a investigarlo y reverenciarlo. El ser religioso está entrañado en el ser humano. Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan en ella; es necesario que la justicia celeste la garantice” (O.C. t. 19, 391-392).
Entonces, hablar de Dios a nuestro pueblo no es hablarle:
– de un dios hecho para adormecernos, drogarnos, un dios tranquilizante, opio del pueblo, ansiolítico.
– de un Dios aliado de los poderosos, ni cómplice de las injusticias, ni desentendido de los problemas de este mundo.
– de un Dios encerrado en los templos, al que se le adora olvidándonos del prójimo que sufre, que tiene hambre, que está enfermo, que está preso, que tiene todo tipo de necesidades materiales, morales y espirituales.
Si vamos a hablar del Dios verdadero, el único Salvador, el único Mesías, el único Libertador, entonces tendría que presentarles a Jesucristo, el Redentor de todo hombre, de todo lo humano, el que le da sentido trascendente a nuestra Humanidad. El Hijo de Dios hecho hombre para compartir todas las facultades, dimensiones y ambientes de nuestra vida.
Dejemos que vuelva Martí a hablarnos de Dios:
“Dios es. Y sustancia creada como somos, nos rige un algo que llamamos conciencia; -nos dirige otro algo que llamamos razón, disponemos de otro algo que llamamos voluntad-. Voluntad, razón, conciencia, -la esencia en tres formas. Si nosotros vida creada, tenemos esto, Dios, ser creador, vida creadora, lo ha de tener. Y quién a tantos da, mucho tiene. Dios es, pues. Y es la suprema conciencia, la suprema voluntad y la suprema razón” (O.C. t. 21, 18).
Y refiriéndose a la religión de Jesucristo, el Apóstol expresó:
“Se ama a un Dios que lo penetra y lo pervade todo. Parece profanación dar al Creador de todos los seres y de todo lo que ha de ser, la forma de uno solo de los seres. Como en lo humano todo el progreso consiste acaso en volver al punto de que se partió, se está volviendo al Cristo, al Cristo crucificado, perdonador, cautivador, al de los pies desnudos y los brazos abiertos” (O.C. t. 8, 148).
En cuanto a las características que Martí reconoció de la religión cristiana y la seducción que produce en los que anhelan aires de virtud para el presente y el futuro del pueblo cubano:
“Pura, desinteresada, perseguida, martirizada, poética y sencilla, la religión del Nazareno sedujo a todos los hombres honrados, airados del vicio ajeno y ansiosos de aires de virtud” (O.C. t. 19, 392-394).
José Martí dejó en una carta a su amigo y albacea Gonzalo de Quesada, lo que está considerado su testamento. De esa carta hemos extraído uno de los pasajes que más describe la espiritualidad cristiana de Martí y que él mismo dejó como programa de vida para los cubanos:
“En la cruz murió el hombre en un día; pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días” (O.C. t. 5, 140).
Me uno a las enseñanzas de Martí para compartirles mi convicción de que las palabras del Padre Félix Varela conservan hoy toda su vigencia. Del cumplimiento de este programa de vida vareliano, depende el tipo de futuro que deseemos para nuestra sufrida Patria:
“No hay Patria sin virtud,
ni virtud con impiedad”.