Por Esteban Fernández Roig Jr.
Miami.- Hay algo que no entiendo y es el odio desmedido contra Donald J. Trump. Y lo digo yo, que aborrezco al régimen castrista, maldigo a los hermanos Castro, y tengo cientos de motivos suficientes para demostrar mi eterna antipatía.
Mi desdén contra la satrapía se justifica por un millón de razones comenzando por el río de sangre vertida y la destrucción de Cuba.
Sin embargo, yo me paso días sin mencionarlo, sin hurgar mi herida; hablo y escribo sobre cientos de temas ajenos a la satrapía.
Pero, el encarne con Trump es tan severo y continuo que raya en una enfermedad terrible y contagiosa, un verdadero trauma. Hasta asco me da ver un minuto de CNN Y MSNBC.
Yo entiendo que pueden existir personas que, por la razón que sea, les caiga mal, que no lo soportan y que no votarán por él. Ese es un derecho inalienable que la democracia otorga.
Acepto que algunos lo encuentren pesado, zoquete, y engreído.
Pero, eso no merece la desmedida aversión contra este hombre. Es el increíble “Trump derangement syndrome» (TDS)”.
Porque, ¿dónde están enterrados sus muertos, sus victimas, sus esqueletos en su clóset?
¿Dónde están sus presos políticos, sus campos de concentración, sus torturados, sus desaparecidos, sus fusilados, sus exiliados huyendo de su persecución?
Ha vivido 78 años sin haberle dado un simple gaznatón o haberle tirado un hollejo de naranja a ningún adversario político.
¿Y dónde ven a sus seguidores atacando y peleando cuerpo a cuerpo con la policía, interrumpiendo actos, protestando en masa, quemando comercios?
El contrario, el odio se traslada contra sus simpatizantes, y si alguien no me cree que se ponga una gorra roja de MAGA y que deambule por las calles de California o New York y les aseguro que serán atacados y abucheados.
Y hasta pudiera aceptar el aborrecimiento, la aversión, la animadversión y el rencor, siempre y cuando no los lleve a apoyar a un par de candidatos socialistas e incapaces.
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