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GÓMEZ, EL GENERALÍSMO

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Por Mauricio de Miranda Parrondo
Cali.- El 17 de junio de 1905 falleció en La Habana el generalísimo Máximo Gómez Báez, dominicano de nacimiento y cubano de corazón por haber dedicado la mayor parte de su vida a la lucha por la independencia de Cuba, sin esperar nada a cambio por su irreprochable servicio a nuestra Patria.
A lo largo de esos años, varias veces recibió -como le advertiría Martí- la ingratitud de los hombres.
Cuando se preparaba una nueva guerra de independencia después de los fracasos de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y de la Guerra Chiquita (1880-1881), Gómez y Maceo eran partidarios de tener solo una estructura militar para la guerra, pero Martí insistía en la idea de constituir -al igual que en la Guerra de los Diez Años- una República en Armas, pero sobre todo que las fuerzas independentistas fomentaran también los valores republicanos de la libertad y la democracia, como ensayo general de lo que sería la Nación Cubana en ciernes.
El 10 de octubre de 1884, Martí le escribe a Gómez una carta que deberíamos leer los cubanos todos los días para advertir lo lejos que estamos de ese proyecto, que debimos ser capaces de desarrollar.
«Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento…»
«¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?»
Cuando concluyó la guerra de 1895-1898 con la intervención estadounidense y tras la negociación para la concesión de la independencia (con Enmienda Platt incluida) y una Constitución adoptada en 1901, muchos fueron los que le ofrecieron la candidatura a la presidencia de la República. Muy probablemente, habría sido única. Nadie se le habría opuesto ante la inmensidad de su figura histórica.
Él no aceptó. Él había servido a Cuba con el machete y su genio militar, pero prefirió hacerse a un lado a pesar de que un acápite de la constitución le permitía a alguien como él ser presidente aunque no hubiera nacido en la isla.
Le correspondió a Máximo Gómez izar la bandera cubana el 20 de mayo de 1902 cuando Cuba se convirtió en República.
La muerte en combate de Martí y de Maceo no solo fueron trágicas para la historia de Cuba, sino también -de forma personal- para el humilde general (con Maceo -como es sabido- murió su ayudante Panchito, hijo del generalísimo) que había sumado la mayor cantidad de triunfos militares en la guerra por la independencia.
En aquel entonces cometió un error al sugerir y apoyar la candidatura de Tomás Estrada Palma (Gómez le decía Tomasito) quien había reemplazado a Martí como delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y además lo había desmembrado al concluir la guerra.
Sin embargo, cuando el presidente quiso hacerse reelegir para un nuevo período, por esa manía de los hombres de creerse insustituibles, el general no dudó en iniciar una campaña pública contra la reelección y aprovechó un viaje a Santiago de Cuba para enfrentar las ambiciones reeleccionistas de Estrada Palma.
Al parecer, tenía una pequeña herida en su mano que se infectó en el viaje y se le produjo septicemia. Tenía 68 años y siete meses, pero aparentaba muchos más dada la vida difícil en campaña en la que siempre comió y bebió lo mismo que los soldados. El pueblo agradecido le tributó entonces el mayor de los homenajes en su entierro.
El gobierno declaró duelo nacional y se le tributaron los honores de Presidente de la República. El pueblo quería llevar el ataúd en sus hombros y los cornetas del generalísimo debieron tocar «silencio» y «generala» para calmar al pueblo. Los generales Bernabé Boza (jefe de su Estado Mayor), Emilio Núñez, Pedro Díaz y Javier de la Vega son los encargados de cargar el cofre y depositarlo en su última morada.
Cada vez que voy a Cuba -y hace mucho que no voy- visito el cementerio de Colón y después de sentarme un rato en el panteón donde están la mayor parte de los muertos de mi familia habanera, voy luego a dos tumbas invariablemente: la de Máximo Gómez y la de José Raúl Capablanca.
Una anécdota: el general Bernabé Boza cuenta en su libro de memorias el pasaje de una batalla en la que el entonces capitán (terminaría la guerra como coronel) llamado Agustín De Miranda y Piloña lidera a un grupo de mambises para rescatar el cuerpo de su jefe caído en combate y lo logra. El propio generalísimo le ascendería inmediatamente a comandante como reconocimiento a su valentía. Agustín De Miranda y Piloña fue mi bisabuelo. Combatió durante la guerra de independencia en las tropas que mandaba directamente el general en jefe y perteneció a su Estado Mayor.

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