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EL COCUYO, PRÍO Y EL CONEJO

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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Circa 1951. Escuché a un sinsonte trinar posado en el muro que nos separaba de la familia Garcés.
Al doblar de mi casa, por la calle Soparda, me hice amigo de un moreno gordo afable que le decían “Neno”. Era zapatero remendón.
Le dedicaba una hora al día a verlo ponerles medias suelas a los zapatos y me horrorizaba que se metía peligrosamente en la boca como 20 puntillitas filosas y puntiagudas.
Ocho mariposas revoloteaban en el patio del Colegio Americano. Triste era que el televisor se “desconchinflara”, pero lo compensaba la alegría que me brindaba mi primo Justico Quintero Gómez componiéndolo.
Recuerdo ver una bella paloma blanca en un solar yermo, caerle atrás, lograr alcanzarla, tenerla en mis manos, después no saber qué hacer con ella y soltarla.
Puede ser una imagen de pájaroLe cogí terror a una levisa en la Playa del Rosario, pero ese mismo día vi por primera vez en una noche oscura pasar por mi lado un cocuyo. Recuerdo que pensé: “Ese es el insecto más lindo que he visto en mi vida”…
Dos días estuvieron pintando y acicalando la casita de la calle Pinillos, todo para una posible visita de Carlos Prío Socarrás..
Prío nunca llegó y ustedes no me lo creerán, pero a esa tierna edad yo estaba más impresionado con las luces del cocuyo que con una visita a mi casa de 15 minutos del presidente cordial.
Jugaba a la quimbumbia en el Parque Martí, canicas en el Residencial Mayabeque, ping pong en el Brage Yacht Club y un muchacho mayor que yo, llamado Nelson Travieso, me dijo: “Mira, te regalo este perrito blanco con las orejas grandes, recién nacido”…
Se lo enseñé muy contento a mi padre y este -entre bravo y burlón- me dijo: Puede ser una imagen de una persona, conejo y conejeras“Devuélveselo a Nelsito, eso es un conejo”…

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