Por Jorge Sotero
La Habana.- El gobierno cubano ha enviado una directiva a todos los aeropuertos para exigir a los que salen del país con parole humanitario que presenten en la terminales aéreas las bajas de la Oficoda, algo así como que renuncien a lo que venden por la anacrónica libreta de abastecimiento, que apenas da para vivir un par de días, como condición para dejar el país.
En Holguín hubo personas beneficiadas con el referido programa del gobierno de los Estados Unidos que tuvieron que volver a casa a darse baja de la Oficoda, y perdieron el vuelo y por consiguiente el pasaje. Y ahora no tienen más remedio que volver a pagar para salir de Cuba.
La restricción es solo para el que sale por el parole, porque quienes van camino a Nicaragua para tomar la llamada Ruta de los Volcanes, o toman aviones a otros destinos, no están en la obligación de darse baja del referido registro.
La maniobra, última del castrismo, se presta para varias interpretaciones, entre ellas la de por qué sanciona más al que se va legal que a quien lo hace de manera clandestina, aunque lo de la libreta de abastecimiento no es castigo, porque es tan poco lo que venden por esa vía y de tan mala calidad, que es preferible no ir a las desvencijadas bodegas a comprar nada.
Tampoco hay que asustarse con esto, porque no es la primera vez que el castrismo condiciona la salida de los ciudadanos que emigran legalmente a Estados Unidos. Eso sucedía cuando los tiempos del llamado bombo o sorteo.
Por entonces, los sobres con la confirmación de que habías sido beneficiado con el sorteo llegaban al correo y los administradores tenían la instrucción expresa de no entregarlos ni comunicar nada, antes de informar a las direcciones del Partido Comunista y a la Policía.
Entonces, los del Partido, que siempre han decidido sobre las cosas aunque no hayan sido suyas, decidían a quién le iban a dar la casa, y mandaban al lugar una comisión, que llegaba -¡vaya casualidad!- justo con el sobre.
Entonces los inspectores hacían un inventario pormenorizado de todo lo que había en la casa. En ese inventario, aunque parezca ridículo, entraban hasta las cucharas, las jaboneras, los cestos de basura. Incluso cosas que los inquilinos decían que tenían prestadas o que eran de algún familiar.
Ninguna de las cosas inventariadas se podían romper ni perder. Si eso ocurría, el día de tomar el vuelo no recibían el permiso de salida.
Por entonces, el gobierno se quedaba con las casas. No pagaba nada por ellas en uno de los ejercicios de pillería más burdos del castrismo, solo superado por aquel de los primeros años de su gobierno, cuando en la escalerilla de los aviones despojaban a los que salían de todas las prendas, incluyendo anillos de compromiso, aretes de niños, y lo que se nos pueda ocurrir ahora.
Esto de la libreta de la bodega o de la baja de la Oficoda, demuestra una vez más que los escrúpulos del castrismo hace rato que salieron de paseo, que la dictadura está cada vez más obsoleta y embarrancada y que ya no tiene a dónde agarrarse. Aunque tampoco deja de hacer el ridículo ni de prestarse para memes.
Esa es su alma, su verdadera vocación: reprimir, imponer, abusar y hacer el ridículo, al menos mientras mueran los pocos sobrevivientes que le dieron vida a aquel engendro.