Por Esteban Fernández Roig Jr.
()Miami.- En 1951 los Tres Reyes Magos me trajeron un tiborcito. No sé si yo seré el único niño que le regalaron un tibor en las Navidades en toda la historia mundial.
Entonces pregunté: “¿Qué es esta cosa?” Y me contestaron “Chico, eso es un orinal”. “Y ¿pa’que sirve?”
Mi hermano me dijo: “No te preocupes, que yo te voy a enseñar a usarlo, ven a la cocina conmigo”…
Y Carlos Enrique preparó una limonada, la puso dentro del tibor a enfriar en el refrigerador. Está demás decirles que no les gustó para nada a mis padres encontrar el tibor en la nevera.
Mi padre me explicó cómo usarlo, pero sin lujos de detalles y créanme que con siete años no era fácil -en la oscuridad- salir de abajo del mosquitero, coger la puntería y orinar.
Por años yo usé ese tibor y por lo menos cuatro veces derramé todo el orine en el “pin pan pun” y a las tres de la mañana estaba yo gritando a todo pulmón: “¡Mami, corre, ven que llené toda la cama de meao”.
Pero, lo peor de todo ese 6 de enero fue salir para la calle Pinillos, donde estaban todos los muchachos del barrio estrenando patines, carriolas, revólveres de fulminantes y hasta bicicletas, y me preguntaban: “¿Estebita que te trajeron?” Y yo callado, pero mi hermano dijo: “No se rían, al pobre le trajeron un tibor esmaltado de lo más bonito”…
Hasta que mis padres salieron al portal y papi dijo: “Ve al patio, a lo mejor allí te dejaron algo”. Y ahí estaba una bicicleta Niágara nueva, preciosa”…
Cuando al fin descubrí que (acuérdense que yo padecía de “Precocidad retardada”) me habían tomado el pelo dije: “¡Está bonita la bicicleta, pero la verdad es que me gusta mucho más el tibor”…
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