
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Leonardo Rodríguez Acosta ()
Miami.- Aproximadamente a las 9 am del viernes 31 de Mayo de 2013, mi esposa y yo tomamos una camioneta con destino al poblado de Vueltas, perteneciente al municipio de Camajuaní, en la provincia de Villa Clara.
Llevaba en mis manos un ramo de gladiolos anaranjados para agasajar a una señora que cumplía ese día 100 años. Un homenaje como ese no se da todos los días.
Por suerte, al entrar a la camioneta de pasaje, pudimos sentarnos y aunque había varios de pie pude ver frente a mí a dos jóvenes que recuerdo perfectamente, y que, además, son muy conocidos en el pueblo.
Antes de pasar por Vegas de Palma esas dos personas a las que hago referencia conversaban de las carencias en nuestro país y yo les interrumpo: «¿Ustedes me permiten participar en la conversación? –les pregunté, asienten con la cabeza y me dicen que sí, que puedo.
Sin autocensurarme, comienzo culpando directamente a la inoperancia de un sistema fallido que con sus políticas erróneas han llevado al país a la ruina total. De pronto, se para frente a mí, de pie y con las manos puestas en el tubo que esta sobre la cabeza de los pasajeros, un hombrecito de sombrero de ala corta, de esos que llaman ‘huevo frito’ y de manera muy agresiva y con la prepotencia de quien está por encima de la ley me dice en tono amenazante.
«Ya estás hablando mierda», me dijo amenazante. Y le respondí que era un mal educado, pues mientras yo le pedí permiso a los que conversaban, él se entrometió en nuestra conversación por fresco.
«Lo único que te falta es la manillita de los Derechos Humanos» -me dijo-.’Sí, defiendo los derechos humanos y estoy orgulloso de eso mientras tú defiendes a una tiranía, –le respondí.
Quiero destacar que, mientras manteníamos esa discusión, todos los pasajeros me miraban y abrían los ojos y con movimientos verticales de sus cabezas me insinuaban que le hablara fuerte. Luego, se fue metiendo entre los pasajeros y no lo vi más.
Al llegar al parque y bajarmos, un joven me esperaba y me miró a los ojos diciéndome: «claro que tiene que defender esta mierda… «es Alambrito, el policía».
Yo no había visto jamás a Alambrito, pero sí había oído que era una especie de Manuel García, pero al revés. A Manuel lo adoraban los campesinos, tanto como al Titán de Bronce, porque los ayudaba. A Alambrito le tenían terror, una especie de cowboy presto a desenfundar su arma contra jinete y corcel a la carrera.
De eso puede hablar un señor que vivía en el poblado de La Quinta y que hoy vive en EEUU y responde al alias de Frijol, pero eso es de su incumbencia.
Decenas de testimonios avalan su hoja de «servicios»; registros, asaltos e intimidaciones, decomisos de camiones con mercancía, retar a los campesinos a fajarse de hombre a hombre.
Ernesto Montes de Oca Hernández, alias Alambrito, vive en EEUU desde 2014, el mismo año en que yo viajé a ese país en una de las varias veces que lo hice, pero a diferencia de él, yo, un «gusano», estoy aquí, con mis carencias y penurias como cualquier cubano, mientras un sujeto de esta calaña quiere que mueras en silencio, que no hables mientras él en el imperio que dice (decía) odiar se niega a permanecer al desastre que él ayudó a construir.
Nota: Sé que muchas de sus víctimas leerán, si no comentan o denuncian, solo con su silencio
demostrarán que ayudaron a que Alambrito se creyera el rey de los campos de Camajuaní.