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Por Yosmany Mayeta Labrada
Una enfermera del Hospital Ginecoobstétrico José Ramón López Tabranes, de Matanzas, resultó agredida la noche del martes por su expareja dentro del propio recinto hospitalario. El hecho, grave en sí mismo, estuvo a punto de quedar sepultado bajo el silencio oficial si no fuera por la presión de voces independientes que hicieron imposible ocultarlo.
Mientras la trabajadora de la salud recibía atención de urgencia tras la agresión, el Ministerio de Salud Pública (Minsap) y las autoridades del hospital optaron inicialmente por callar. Solo cuando la noticia comenzó a circular por canales alternativos, se vieron obligados a publicar una nota “oficial” que intentó maquillar lo sucedido con un lenguaje institucional y frío.
Según fuentes médicas, la agresión ocurrió en horas de la noche y generó alarma entre pacientes y personal de guardia. El agresor fue reducido gracias a la intervención de los cuerpos de seguridad internos y de la Policía Nacional (PNR), que finalmente lo detuvo.
La víctima se encuentra hospitalizada, en estado estable, bajo observación y tratamiento psicológico. Pero más allá de lo clínico, queda en evidencia la desprotección que enfrentan mujeres trabajadoras incluso en un centro que debería ser sinónimo de resguardo.
Tras la presión social, la dirección del hospital emitió un comunicado condenando la violencia y prometiendo apoyo a su empleada. Sin embargo, la condena llega tarde y solo después de la incomodidad de que la noticia corriera fuera del control oficial.
Este caso no solo refleja un episodio de violencia de género, sino también la política sistemática de ocultar hechos incómodos que puedan mostrar la fragilidad del sistema de salud cubano en temas de seguridad, transparencia y protección laboral.
Una enfermera casi pierde la vida en su puesto de trabajo. Las autoridades quisieron silenciarlo y otra vez la prensa independiente obligó a la verdad a salir a la luz.
En Cuba, el silencio también mata.