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UNA NOVIA EN LOS CARNAVALES DE LAJAS Y UN ENCUENTRO EN CHEQUIA CON KUNDERA

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Por Renay Chinea ()

Barcelona.- El 24 de agosto de 1986 cayó Domingo. Era el último día de carnavales en Santa Isabel de las Lajas. Nos encontramos por casualidad entre el gentío, y desde que nos vimos, estuvimos juntos durante toda la fiesta —juntos muy juntos, quiero decir— Habíamos sido novietes durante el curso anterior, pero no recuerdo porqué lo dejamos y no la había vuelto a ver.

Sin embargo, aquella noche, pintaba bien. Todos los novios del mundo que se encuentran a los 18 años, bajo la atmósfera de los carnavales son Romeo y Julieta y todas sus noches son sueños de una noche de verano.

Así que ahí estaba yo: con ella en brazos y la espalda pegada contra el repello inmisericorde de la iglesia de Lajas… Los altavoces cantaban a todo tren:

“There’s a lady who’s sure/ all that glitters is Gold/ And she’s buying a stairway to heaven”…

—Pasado mañana, me voy— me dijo.

—¿Qué?

—Sí… eso: çpasado mañana vuelo!

—Pues empieza ya— le dije. La levanté y le hice una voltereta en círculos mientras ella se reía a carcajadas con su cuerpo menudo.

—Pasado mañana son mil años— dije.

Entonces me contó que se iba a estudiar a Checoslovaquia.  A la Universidad Carolina. Y no me lo podía creer. —¿Ciencias Físicas? ¿A Praga?

Pero ya mismo tenía que volver. Iban a ser las tres de la madrugada y ella era de Cumanayagua, un pueblo a unos 50 km de allí. De los largos y tortuosos kilómetros del 86, quiero decir.

Así que entre los besos de despedida, hicimos una cita: mañana nos vemos en la playa…

Y allí estoy: en aquella playa azul, mirando el mar bajo una uva caleta, en la eternidad con que se espera la novia de una noche de verano. Fue todo tan shakesperiamo que nunca apareció: una de las grandes lecciones que me dio la vida para entender el reino del Femenino: puede que sí… pero con la misma intensidad, puede que no… Y las dos cosas son por una razón que no te es dado entender.

En septiembre me mandó una carta que llegó a finales de Octubre, a casa de un tío que vivía por las afueras del pueblo, gracias a que compartíamos el mismo apellido. Me contaba de Praga: detalles del río, del Puente de Carlos… de las flores de la gente… Le respondí y recibió mi carta en navidad… me respondió, y su carta llegó en febrero. Por entonces, ya a mí me habían llamado al Servicio Militar. En su última, me decía que tenía un novio, y que no tenía sentido que nos escribiéramos más.

Mi puesto, en el Servicio Militar era como operador de radar. Me pasaba las noches escudriñando el cielo, mirando aviones que salían y entraban, pero estos últimos no me interesaban mucho. ¡Yo solo quería saber cuáles iban a Checoslovaquia…!

Cuando Elina me preguntó qué haríamos después de aterrizar en el sur de Polonia, le respondí: si me alquilo  un buen coche, cruzamos la frontera checa… Y así fue: dejamos atrás los bosques coloridos del otoño polaco y entramos en Chequia. Casi 400 km más allá Elina me encontró un hotelito.

“La Villa Austerlitz” está por los alrededores de Brno! Es una casa señorial de varios pisos, rodeada por un hermoso jardín inglés. La fachada recuerda a un pequeño castillo y los árboles frondosos dejan caer las hojas muertas como destellos rojizos entre la niebla. Esa noche conocí el centro de Brno.

Usted llega a un país cualquiera, se pide un café, y abre el periódico y no entiende nada. Aunque estén hablando de una gallina que puso un huevo, la falta de familiaridad con el contexto, a usted le cuesta.  Lo mismo ocurre con los libros: no hay como tener 18 años, y estar en Lajas una noche, para entender lo que sintió Romeo cuando entrevió a Julieta por una ventana en los Carnavales de Verona:

“Oh, she doth teach the torches to burn bright”. (Oh, ella enseñó las antorchas a brillar).  Dijo.

Y el amor de mi amor a Praga, me llevó a Kundera… Una tarde cayó en mis manos una obra cumbre. La Insoportable Levedad del Ser…

Si alguien me preguntara cómo, quién, cuándo y dónde, leer a Kundera, respondería: allí, sobre mis zapatos, en La Habana represora de mis 20 años; cuando la isla era un garrote vil y ardían las hormonas y se agolpaban en el pecho, las ansias de libertad. Lo leí tres veces cada vez que llegué a la página final. ¡Aún me se párrafos de memoria!

Tomás y Teresa, dos personajes centrales, se conocen después de una serie de casualidades. Y ello los lleva a pensar que las coincidencias del azar,  en realidad, son señales que determinan los destinos.

Para el 15 de diciembre, había fiestas en el pueblo por el aniversario de la batalla de Mal Tiempo. Habían pasado ya 845 días desde que ella había volado a Praga, a estudiar Física.  Y yo, me fui a la parada del autobús a ver si llegaba temprano a las fiestas. Pasó un bus, (una guagua) que no paró, Siguió de largo, y cuando alcé la vista, en el cristal del fondo estaba ella! Me decía adiós con la mano y podía ver su inconfundible sonrisa y los hoyuelos en la cara repletos de lozanía. ¡Y vi que se alejaba! Para que me entiendan: antes de nuestro IPhone, no éramos nada… Me quedé petrificado bajo el sol, mirando cómo se perdía aquel bombón en el horizonte.

De pronto, justo a mi lado se detuvo una moto.  No sé de dónde ni por qué, ni por cuánto… solo sé que era mi hermano:

—Súbete— me dijo.

—Sigue a esa maldita guagua.  — le respondí.

Ahora estoy en la ciudad donde nació Kundera. Algunos amigos en la Universidad, me pusieron de nombrete Renay Kundera.  Y paso por la academia donde su padre era profesor de música. Donde él mismo estudió música.  Quiero explicarle a mis hijos y a mi esposa toda la emoción que llevo dentro.

—Espérame en este restaurante— que tengo que ir a ver una cosa— le dije a Elina, pensando en ir a visitar la casa donde nació en el Número 6 de la calle Purkinova.

Pero Elina se niega. Su inglés no es tan fluido y no se entiende con los checos.  Ni ellas ni los niños se pueden poner en mis zapatos.

Hay, una escena en su novela “La Ignorancia” que me recuerda el ambiente del restaurante donde estoy cenando ahora en el centro de Brno: los checos beben jarra tras jarra —como yo— sus maravillosas cervezas. Son bulliciosos, pero muy correctos.  No tengo la misma sensación que se lleva Irena, el personaje de Kundera, cuando vuelve a este ambiente después de vivir 20 años en Paris. Me ocurrió como cuando descubrí en Cadaques que Dalí es un pintor de algún modo realista. Y me pregunto cuántas veces, antes de llegar a esa escena Kundera pasó por aquí.

De vuelta al Castillito, el Mayordomo me explicó la historia de la casa: fue la Mansión señorial de una fábrica de azúcar que queda muy cerca. Cuando llegó el Comunismo le confiscaron todo a los dueños quienes salieron huyendo a Europa Occidental. La destrozaron, y me enseña fotos. Luego con la libertad, la compraron algunos descendientes y la han convertido en ese fantástico hotelito donde pasaremos la noche.

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