Por Esteban Fernández Roig Jr. ()
Miami.- Algo que nunca entendí, por raro, fue que mi padre tenía que ir hasta La Habana (a un lugar llamado Hacienda) a cobrar su cheque de retirado de 183 pesos.
Un sábado me despertó y me dijo: “Esteban de Jesús, vístete que te vas a la Capital conmigo”.
Cómo un bólido me levanté, me vestí y cogí de la mano a mi padre.
Desde la cocina mi madre gritó: “Esteban, no te lleves al niño sin desayunar”.
Y el viejo dijo : “Olvídate Ana, lo primero que voy hacer es llevar a Estebita a comerse un delicioso sándwich en la cafetería llamada Los Parados, son hasta mejores que los que hace Joaquín Domínguez aquí, en la Viña”… Y así lo hizo.
Cogimos por Soparda hasta llegar a la calle Habana, ahí nos montamos en la ruta 33 y con emoción fuimos pasando por La Loma de Candela, San José, El Cotorro, San Francisco… y la guagua paró por 10 minutos en Jamaica para comernos unos riquísimos panques.
Mi padre lucía un poco apenado con mi proceder porque como acababa de aprender a leer, entonces iba leyendo en voz alta todos los letreros y anuncios que veía en el camino.
No bajamos en la parada de Monte y Cienfuegos, y mi padre me anunció: “Estebita, esto es la Sambumbia”.
Allá, en la distancia por primera vez en mi vida vi el Capitolio, me impresionó, lo encontré precioso.
Caminamos cantidad, siempre agarrado de la mano de mi padre, fuimos a Hacienda a recoger el cheque de mi padre. Nos comimos el prometido sándwich.
De ahí me llevó a la “Manzana de Gómez”. El viejo compró dos shores reversibles de playa, y dos camisas MacGregor, para mi y para mi hermano Carlos Enrique.
Y sucedió algo increíble, el único caso de premonición en toda mi vida: Mi padre intentó que nos montáramos en un ómnibus y yo me negué rotundamente, estaba asustado y casi lloraba al decirle: “No, papi, en esa guagua no me monto”. Y vimos como en la próxima esquina la guagua chocaba.
Caminamos hasta la Sambumbia, dormí durante el viaje de regreso, estaba súper cansado.
Al llegar a la casa mi madre me interrogó: “Oye, chico y ¿qué fue lo que más te gustó de La Habana?”
Y le di una respuesta increíble, infantil y quizás absurda: “¡Lo que me encantó fue ver cómo cantidad de personas en todos los lugares conocían y saludaban a papi!”
Y mi madre me dejó completamente sorprendido al decirme: “Claro, muchacho, el nació ahí, es más habanero que güinero”.
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