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Por Luis Alberto Ramírez ()

Miami.- Para aquellos que aún dudan de la responsabilidad del régimen de la Habana en su lucha por destruir a Estados Unidos, ahora la reciente carta atribuida al “Pollo” Carvajal, afirma que fue Cuba quien involucró al régimen chavista en el tráfico de drogas como parte de una estrategia diseñada por Fidel Castro para corromper y destruir a la sociedad estadounidense.

La misiva vuelve a encender un debate que nunca ha terminado de cerrarse. Más allá de la personalidad polémica de Carvajal, estas declaraciones reabren una pregunta incómoda: ¿hasta qué punto ciertos regímenes utilizaron el crimen organizado como herramienta geopolítica?

Durante décadas, el castrismo ha sido acusado de instrumentalizar redes ilegales para obtener recursos y ejercer influencia fuera de sus fronteras. Que ahora un exjefe de inteligencia venezolano hable abiertamente de un supuesto plan dirigido desde La Habana no solo apunta a una posible complicidad binacional, sino también a un patrón histórico de cómo algunas dictaduras convierten la ilegalidad en política de Estado.

Si estas afirmaciones resultan ciertas, estaríamos ante una operación de largo alcance destinada a financiar proyectos ideológicos y a desestabilizar a un rival estratégico. Y si no lo son, seguirían revelando la magnitud de la desconfianza y la descomposición interna dentro del propio aparato chavista.

En cualquier caso, este tipo de denuncias invita a reflexionar sobre cómo el poder, cuando se ejerce sin transparencia ni contrapesos, termina confundiendo la defensa de un ideal con la utilización del delito como instrumento político, llevando a pueblos enteros a pagar las consecuencias.

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