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Un poco de todos mis miedos

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Por Víctor Ovidio Artiles ()

Caibarién.- No soy un tipo que sienta miedo fácilmente. Siento más temor por una rana que por cualquier otra cosa. Es que soy un sobreviviente de siempre. Sobreviví como cigoto y como feto dentro de una amantísima madre que a la vez sobrevivía.

Nací en las tetas de una familia humilde y pasé dos años en la cuartería de la Carbonera. De ahí me viene, al parecer, mi repulsión a las hornillas de carbón. Mis pañales y culeros blanquísimos bien pudieron ser verde olivo. Aquellos comienzos fueron de guerrilla en un espacio de nueve metros cuadrados que competía con los más húmedos humedales.

Sobreviví la Zafra de los Díez Millones y los fideos disfrazados de arroz y crecí sin comodidades y un escaparate para cinco personas. Nada me asusta… bueno… una rana saltándome para arriba ya es algo muy peligroso realmente.

Inventario de temores

He estado en las peores reuniones y en ostentosas recepciones, me he sentado en dos despachos de ministros y he guataqueado por treinta pesos al día, he probado las mejores bebidas con seres finísimos y también los peores saltapatrás con los curdas de las aceras. Siempre he estado Listo para Vencer y hasta Listo para la Defensa en su Primera Etapa… y hasta para la segunda.

Aprendí a defenderme solo y gané y perdí solo y sobreviví. Aprendí a controlar el plomo de mi cuerpo y logré flotar solo en la bahía y un día fui tan temerario que decidí coger una rana verde, amenazante, que me desafiaba en la puerta que definía un momento de placer.

No sigo mi inventario de sobrevivencias y valentías pues la gente no lee tanto. A pesar de todo, debo confesar que hoy siento miedo de la oscuridad, de las tuberías secas, del humo del carbón que me tiene con sabor a alquitrán, de los ladrones sin control, de la flácida billetera, de la desidia de muchos, de las separaciones, de la incertidumbre, de la mediocridad, del abuso, de la sociedad y, por supuesto, de las ranas.

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