Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Yeison Derulo
Contramaestre.- Cuando el ministro José Ángel Portal Miranda apareció en Contramaestre, lo vimos todos: no llegó al país que sus informes describen, sino al pueblo que sobrevive entre la ruina y el cansancio. Aterrizó, como suelen hacer los altos funcionarios, escoltado por una corte de alabadores profesionales que confunden obediencia con lealtad, y que repiten un libreto que ya ni ellos mismos recuerdan para qué sirve. Llegó sin saber —o fingiendo no saber— que el malestar le antecedía, que los ruidos de cazuelas y los rumores de pasillo corren más rápido que cualquier aviso ministerial. Llegó, sí, pero no al país real.
Porque al ministro, como a tantos antes que él, le hicieron la escena perfecta. El hospital, que hasta hace dos días era un museo de telarañas, apareció impecable: paredes recién fregadas, un olor a cloro que no había en meses, toallas que nadie había visto nunca, y medicamentos que brotaron como si hubieran crecido de la nada. Hasta una ambulancia posaron afuera, no para salvar vidas, sino para salvar apariencias. A Portal Miranda le sirvieron un banquete visual, una mesa maquillada para que creyera que todo funciona. Y él, como todos en su posición, se sentó sin preguntar por quién preparó el show ni cuánto durará la mentira.
En esa visita, las autoridades locales hicieron lo que mejor saben: venderle un informe que explica problemas sin mencionarlos. Le hablaron de planes de medidas, pero jamás de las carencias; de tareas cumplidas, pero nunca de las robadas; de estrategias, pero no de los médicos exhaustos, sin salario justo y sin condiciones mínimas para trabajar. No escuchó —porque no quisieron que escuchara— de las piezas perdidas del carro comprado con presupuesto del hospital, ni del tractor fantasma que se tragó el dinero, ni de la computadora de más de dos millones que nadie ha visto funcionando. Mucho menos le mostraron los sitios donde la gente se muere sin medicinas, sin ambulancias y sin esperanza. Ese recorrido nunca existe en sus agendas.
Después lo pasearon por los lugares que ya estaban “resueltos”. El hospital de Contramaestre, el policlínico de Baire… justo donde ya habían apagado cualquier chispa de protesta. Pero al ministro no lo llevaron a los barrios donde la muerte es un visitante frecuente; no lo llevaron a los consultorios que parecen ruinas de guerra; no lo llevaron a ver la terapia física convertida en escombros. ¿Por qué no? Porque exponer la verdad implicaría admitir que todo lo que administran es un fracaso, y esa palabra —fracaso— cuesta cargos, privilegios, poder. Y ninguno de ellos está dispuesto a soltar la teta que los alimenta.
El ministro se fue satisfecho, porque así funciona el teatro burocrático: un día de visita, un informe complaciente, una reunión exitosa para quienes viven del engaño. Y mientras tanto el pueblo sigue igual: sin medicinas, sin acceso a una atención mínima, con un sistema de salud que pasó de orgullo nacional a epitafio colectivo. A Portal Miranda lo durmieron con el mismo suero que han usado con todos: uno de mentiras, otro de maquillaje, y un último de chantaje emocional que lo hace creer que todo avanza. Pero no, ministro, la realidad no estaba en los pasillos que usted recorrió: estaba afuera, donde no pisó, donde la vida es un naufragio permanente.
Y es por eso que el pueblo ya no se deja engañar. Sabe el truco, conoce el guion, ha visto este teatro demasiadas veces. Ellos creen que todavía pueden controlar la partida, pero no han notado que el tablero se mueve, que el jaque se acerca y que el rey, por muy blindado que esté, siempre termina solo.
La gente espera, observa y se prepara. Uun día, cuando ustedes crean que lo tienen todo bajo control, el pueblo —ese mismo al que nunca escuchan— será quien dé el jaque mate final. Y entonces no habrá telón, ni maquillaje, ni ambulancia de utilería que los salve.