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Por Kathy Eisenring ()
Basilea.- Me cuesta creer que personas inteligentes piensen que quien emigra lo tiene todo, que los problemas son menores y que la vida es una fiesta constante.
¿Es tan difícil entender el altísimo precio del desarraigo, de perder referentes, familiares y amigos? ¿De no tener más la esquina de la infancia y tener además que empezar de cero a muchos niveles en una confrontación brutal con otra cultura, paradigmas y representaciones de la realidad?
Lo material está resuelto, sí, incluso se cumplen sueños, se pueden dar gustos y hasta ciertos lujos pero todo eso lleva esfuerzo, inversiones y constancia. Lleva un camino largo muy largo para encontrarse en la nueva realidad.
A veces tengo ganas de ser muy egoísta y olvidarme de Cuba para siempre. De todo y de todos, a ver si el alma puede encontrar al fin la paz, porque cada vez que parece acercarse algo desde Cuba la pudre, la contamina y desde lo general hasta lo particular.
Una sucesión de expectativas injustas, falta de agradecimiento e insensibilidad.
Alguien me dijo hace poco que la miseria material suele traer también miseria espiritual. Por suerte no en todos…por suerte.
Un día meteré a Cuba en un cajón y nada tendrá el derecho de decirme insensible o egoísta, nadie.