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TURISMO DE ESTADO

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Por Jorge Sotero
La Habana.- Los dirigentes cubanos no se bajan de los aviones. Hace poco más de un mes estuvo el presidente por Estados Unidos. Hace una semana regresó el primer ministro de un periplo por Bielorrusia y China, y ahora aparece por Etiopía el vicepresidente. Nada más y nada menos que el encargado de que en Cuba haya alimentos.
Este señor, que ni pinta ni da color y que ha ocupado importantes cargos en el organigrama castrista porque siempre fue del agrado de Raúl Castro, funge como una especie de enviado a cualquier lugar, sobre todo en esos en los que no hay que hablar ni negociar nada, porque, por supuesto, él no puede hacer ninguna de las dos cosas.
Salvador Valdés Mesa, que es su nombre, escaló en la nomenclatura hasta llegar a secretario general de la CTC, un puesto que habitualmente reservó el castrismo para los más tontos de todos los dirigentes, aquellos con más cara de anormales, como Pedro Ross Leal o Ulises Guilarte do Nascimento, por solo mencionar a dos de los miembros de esa fauna.
Un día, en vida y funciones de Fidel Castro, el hermano menor de este fue a presidir una asamblea de balance del Partido Comunista en Camagüey, y el informe de balance que había preparado el entonces secretario en la provincia, Carlos Díaz Barranco, no le gustó. Mandó a parar la reunión y pidió a La Habana que le mandaran a Salvador Valdés Mesa en helicóptero, con carácter urgente. Mientras, los delegados se dedicaron a cualquier cosa, y solo continuó aquel pleno cuando llegó el hombre que ahora está en Etiopía.
En Camagüey no quieren saber de él. Su gestión se caracterizó por el mismo inmovilismo de siempre. Luego pasó a otras funciones y cuando nombraron a Díaz-Canel como presidente, se lo engancharon como segundo, sobre todo porque es dócil y negro. Aunque su piel no se ve tan oscura y está tan brillante como la de un millonario que no ha salido nunca de una oficina.
En Londres, cuando los funerales de la reina Isabel II, estaba perdido, ajeno al protocolo para esos casos, descolocado totalmente, y ansioso por largarse, algo que le comentó al embajador cubano en aquella ciudad. A él le gustan más los periplos por África. Allí se siente como pez en el agua.
Por eso, tal vez, lo mandan a Etiopía, aunque no le pusieron avión del gobierno, algo que sí ocurre siempre con Manuel Marrero, quien viaja con un séquito impresionante, que incluye hasta pantristas, encargados de la ropa y hasta barbero. Lo mismo que Díaz-Canel, quien tiene un periplo largo por el mundo árabe en los próximos días, aunque no se sabe exactamente por cuales capitales pasará.
Todos los gerifaltes del castrismo andan como locos por el mundo en búsqueda de inversiones, aunque lo que más les preocupa a ellos son las donaciones, porque siguen creyendo que con las remesas, lo poco que deja el languideciente turismo y los regalos de otros países pueden sobrevivir y mantener su estatus de gobernantes y darse la buena vida de siempre.
Valdés Mesa, según Díaz-Canel, es el encargado del programa alimentario. La presidencia quiso colocar a un hombre de confianza al frente de la más ambiciosa tarea del gobierno: la de satisfacer las necesidades alimentarias de la población, en medio de la mayor crisis de alimentos de la historia de Cuba, pero el pobre vicepresidente no tiene ideas de cómo se puede incentivar la agricultura y la ganadería. Lo más que hace es ponerse una gorra azul y caminar por los campos, con un ejército de periodistas delante, ansiosos por una foto o unas declaraciones que nunca llegan.
Tampoco es ducho al hablar y le falta carisma. Y eso, al menos, lo sabe, por eso guarda silencio habitualmente, y prefiere la oscura África para sus viajes que la rutilante Europa. Nada, que tan bobo tampoco es. Al final dirá: si ellos hacen turismo, por qué no lo puedo hacer yo.
Nota al margen: una semana después de que Raúl Castro levantara en peso a Carlos Díaz Barranco en Camagüey, el Granma, por orden suya, publicó, íntegramente, el informe de balance de Díaz-Canel, como un ejemplo de autocrítica, que es lo que ha hecho bien el Hombre de la Limonada durante toda su vida. Y tan bien lo ha hecho, que mira donde está, a pesar de que dijo recientemente, también de manera autocrítica, que no había sido capaz de resolver los problemas de Cuba. Al menos en eso fue honesto. Y hasta se lo perdonaron los que verdaderamente mandan en el país.

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