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Por Yeison Derulo

Santiago de Cuba.- Como por arte de magia, justo cuando se acerca el 1ro de Mayo, los jefes de la miseria se acuerdan de que el pueblo cubano necesita comer. Es entonces cuando activan el operativo “Tira Algo Pal’ Pueblo”, una maniobra de teatro revolucionario donde se distribuyen tres míseros productos de la Canasta Familiar como si eso bastara para tapar la hambruna, el dolor de barriga y la rabia acumulada.

Esta semana, en Santiago de Cuba, comenzó la repartición de una libra de arroz atrasada, diez onzas de frijoles y algo de leche en polvo para los niños y embarazadas. Con bombos, platillos y declaraciones rimbombantes de funcionarios como un tal Eriberto Castillo Rodríguez, que habla como si hubiese descubierto la cura del cáncer. Dicen que llegaron a 1 600 bodegas en tiempo récord, como si entregar alimentos con dos meses de retraso fuera una hazaña digna de medalla.

Lo que no dicen, es que el arroz llega picado, el frijol está viejo, y la leche en polvo es una promesa que muchas veces no pasa del almacén. La gente hace colas desde la madrugada para recibir las sobras de un sistema que solo sabe gobernar a base de escasez y promesas huecas. Pero eso sí, que no falte el show, porque viene el día del trabajador y hay que hacer que el pueblo grite consignas con la barriga medio llena.

Esta entrega no tiene nada que ver con abril, aclaran. Como si eso les lavara la cara. No, mi hermano, esto tiene que ver con el 1ro de Mayo. Porque saben que si no tiran algo ahora, el desfile se les vacía, las banderas no se levantan, y el pueblo, ese al que llevan pisoteando por décadas, podría decidir no marchar por sus verdugos.

Es el mismo truco de siempre: tiran una migaja y esperan aplausos. Reparten jabón y chícharos como quien reparte esperanza. Pero la gente ya no come cuento. Nadie quiere promesas con fecha vencida ni discursos reciclados de la era soviética. Lo que se quiere es dignidad. Comida. Futuro.

El régimen puede adornar la miseria como quiera, pero sigue siendo miseria. Lo que no logran entender es que una revolución no se mantiene con diez onzas de chícharo. Se cae, tarde o temprano, cuando el hambre se convierte en coraje.

Y ese coraje, ya se está cocinando. Sin arroz, sin chícharo, pero con rabia.

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