
TODAS SON MALAS NOTICIAS
Por Héctor Miranda ()
Moscú.- Hace dos días leí que la casi totalidad de los corales del mundo desaparecerán para el año 2050, por el calentamiento global, y con ellos cientos de especies de peces que encuentran refugio y alimentos entre las barreras coralinas. La noticia estaba acompañada por una condicional… si no hacemos esto o aquello para evitar el calentamiento global.
Por la misma causa, decía otra nota de prensa de hace tres días, es muy posible que en dos décadas haya desaparecido todo el hielo del Ártico, y mi primer pensamiento fue para los osos polares. ¡Pobres animales! Desaparecerán, porque no pueden vivir en mar abierto, no encontrarán presas suficientes y en algún momento terminarán su vida en algún sitio de la Siberia o Groenlandia… digo yo.
Otra noticia catastrófica: un ciclón azota Mozambique y deja daños incalculables. Ha sido el más fuerte en 90 años. Y el iceberg más grande del mundo, el A23a, se separa de donde estaba encallado y comienza a moverse por el Atlántico sur, presumiblemente en el rumbo hacia la isla Georgia del Sur, una de las Malvinas, donde hubo la guerra aquella en la que argentinos y británicos se enfrentaron en una contienda medio loca y casi inexplicable.
Prometí alejarme de los medios, de las redes, de cualquier tipo de información, pero ya saben que perro huevero no pierde la costumbre aunque le quemen el hocico. Y ayer leí que Cuba no tiene divisas, que Etecsa está descapitalizada, que necesita con urgencia inversiones, y que el gobierno va a aplicar desde el primer día de enero un nuevo sistema cambiario, que se actualizará cada día.
Por un momento pensé que si eso era lo único que faltaba en Cuba, no tendría problemas, pero después me escribe un amigo, jubilado ya, para preguntarme si yo tenía alguna idea de dónde podía comprar un pedazo de cerdo para asarlo el fin de año, porque hace tres navidades -si se le puede llamar así en Cuba- no come carne asada, y más de año y medio que no sabe lo que es la carne de puerco.
Intenté consolarlo, pero a veces es difícil encontrar consuelo para algunos males. Es como cuando llegas donde alguien que ha perdido a un ser querido y le dices que lo entiendes, o esas cosas que se dicen cuando no encuentras las palabras. ¿Pero cómo lo vas a entender? Nadie entiende a nadie en esos momentos. Son cosas que se llevan dentro y que a todos nos duelen diferente, con intensidades distintas, si es que el dolor tiene forma de medirse.
Mi amigo dice que la está pasando mal, que está hasta estreñido y que necesita que algún tipo de grasa animal caiga en su estómago y pase a sus intestinos, preferiblemente antes de fin de año, porque, según dice, está tan mala la situación que cree que no llegue a marzo. Si acaso, me dijo, podré llegar a febrero.
Dice mi amigo que, con su jubilación, de 35 años haciendo periodismo, no puede comprar frijoles, ni aceite, ni huevos, porque son más caros que si los trajeran de Australia, y nada de carnes, ni enlatados. Su jubilación y la de su señora esposa, apenas dan para arroz, alguna salchicha y el pan de la bodega, que a veces -o casi siempre- tiene olores a insectos, entre ellos el despreciable de las cucarachas.
Me contó también que sigue usando los mismos zapatos de 2010, que a duras penas consigue repararlos de tiempo en tiempo, y que sus calzoncillos son los mismos que usaba cuando aún tenía sexo con la doña, y que parece que los rotos han matado la ilusión de su compañera, que antes lo miraba con ‘hambre’ y ahora medio decepcionada.
Mi amigo dejó de afeitarse, porque no puede comprar cuchillas, y se ha dejado una barba, medio rala y medio blanca, que se recorta con una vieja tijera cada dos o tres días. Y no usa desodorantes, porque es preferible comprar las pastillas de la presión que cosas para mantener el buen olor. Y aclara que no se preocupa mucho por las roturas de los pantalones que ha convertido en shores, porque ahora se usan así, raídos, con huecos.
Después de hablar un rato con mi amigo, de prometerle que le preguntaría a mis familiares y amigos dónde se puede comprar un pedazo de cerdo para asarlo, me recordé de Palmarejo. Yo siempre recuerdo a Palmarejo, porque en mis años de niño, en estas fechas de fin de año, cuando pasabas por aquellos caminos, siempre sentía olor a carne asada, y eso que entonces los viejos se quejaban.
Las quejas eran otras. Decían que no habían turrones de Gijón, que se habían perdido las avellanas, que no encontraban aceite de oliva, que no había vinos en ninguna parte y que las aceitunas habían desaparecido. Por esas fechas, los «viejos» de entonces, se acordaban de todo eso. Y yo, que apenas era un muchachito, no los entendía bien. «¿Pero cómo va a haber esas cosas acá, si aquí no las producimos?», pensaba.
Y ahora no hay ni las que producíamos entonces. Y no hay ni azúcar para inventarse un turrón de maní, ni cómo hacer un arroz con leche, porque no hay leche, ni arroz, ni dinero con qué comprar esas cosas, que pudieron parecer simples en otros tiempos y que en estos momentos constituyen para los cubanos alimentos exóticos, en una isla donde no hay nada, a pesar de que los gobernantes digan que todo está bien y que avanzamos.
Solo que no sabemos que el país está más a la deriva que el iceberg A23a, y que si las cosas no cambian rápido, será más fácil encontrar un oso polar en las descongeladas aguas del Ártico que un cubano común, de esos que, como mi amigo, vive, subsiste, o sobrevive en la Cuba de hoy, un país en el que los gobernantes solo hablan de nuevas medidas contra las mipymes, tarifas más altas para la telefonía, el nuevo tipo de cambio, pero nada relativo a la producción de alimentos.
¿Será que ellos tienen garantizado el cerdo de fin de año, el wisky, el vino, los turrones, las avellanas y hasta el cerdo asado que mi amigo no encuentra por ninguna parte?
Buaff… me dan asco las noticias.