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Solidaridad obligada entre dos régimen miserables

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Por Clemente Rojas

lLa Habana.- El anuncio de Roberto Morales Ojeda sobre la recolección de firmas en Cuba a favor de Venezuela es una operación política con dos destinatarios claros: el público interno y la comunidad internacional.

No se trata de un gesto espontáneo de solidaridad, sino de un mecanismo de control y propaganda. En un país donde las firmas se convierten en un instrumento de presión, millones de rúbricas no significan adhesión libre, sino obediencia impuesta. Esa es la primera gran contradicción: un acto presentado como democrático que, en realidad, nace de la ausencia de democracia.

Lo que Morales Ojeda vende como “defensa de la paz” no es más que un reciclaje del viejo guion del castrismo: victimizarse frente a Estados Unidos y legitimar a gobiernos aliados con graves cuestionamientos de legitimidad. Es un libreto gastado, pero útil para tapar los apagones, el hambre y la descomposición social que golpea la isla.

Mientras tanto, en Caracas, Nicolás Maduro se aferra al mismo discurso épico de una “guerra multiforme”, ese eufemismo que pretende explicar desde el colapso económico hasta la represión sistemática. Ambos regímenes se dan la mano en una liturgia vacía: invocar a Bolívar y a Martí como si sus nombres pudieran absolver el fracaso de sus revoluciones.

Supervivencia mutua

El despliegue naval de Estados Unidos en el Caribe es, sin duda, una pieza de presión geopolítica, pero el discurso de La Habana y Caracas lo convierte en cortina de humo. Se insiste en la “agresión imperial” para no hablar de lo esencial: la corrupción interna, la falta de libertades y el uso del poder como patrimonio familiar. Washington puede tener sus intereses en el petróleo y en frenar el narcotráfico, pero lo que no puede ocultar ni Cuba ni Venezuela es que ambas naciones viven bajo dictaduras donde la justicia está secuestrada. Y eso no depende de ningún portaaviones en la región, sino de la decisión de dos camarillas de perpetuarse en el poder.

La firma de un acuerdo de cooperación entre el PCC y el PSUV es otro capítulo de esa alianza tóxica. No se trata de la “amistad entre pueblos”, como rezan sus comunicados, sino de la supervivencia mutua de dos élites que se sostienen en base a represión y propaganda. La diplomacia que anuncian no busca acercar a las naciones, sino blindar sus aparatos de censura y reforzar el aparato policial que mantiene a sus ciudadanos en silencio. Y lo más irónico es que ese “hermanamiento” ocurre en medio de una crisis humanitaria que ambos gobiernos niegan y minimizan.

A Cuba solo le interesa el petróleo

La declaración del Ministerio de Exteriores cubano sobre las “incalculables consecuencias” de una intervención militar estadounidense es un ejercicio de cinismo. Cuba, que ha intervenido en medio continente con tropas y agentes durante décadas, ahora se presenta como garante de la paz regional. Pero la realidad es que lo que está en juego no es la paz, sino el petróleo venezolano. La Habana teme que un cambio de régimen en Caracas le corte el suministro de crudo subsidiado que mantiene, a duras penas, su economía en respiración asistida. Por eso la defensa de Maduro no es un acto de solidaridad, sino un asunto de pura supervivencia para el castrismo.

En última instancia, este episodio revela la esencia del pacto La Habana–Caracas: dos regímenes aislados que se legitiman mutuamente en un escenario internacional cada vez más adverso. Frente a esa realidad, las firmas que Morales Ojeda promete llevar a Miraflores son papel mojado. Lo que importa no es la tinta en los libros, sino la sangre que se sigue derramando en las cárceles de ambos países, los exiliados que se cuentan por millones y la pobreza estructural que devora a dos pueblos que alguna vez soñaron con revoluciones justas. Hoy lo único que queda es un teatro de consignas, sostenido por la represión y el miedo.

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