(Tomado del Facebook de Jorge Fernández Era)
La Habana.- Antes de llegar al Parque Central, tuve tiempo de sentarme en el Fe del Valle, comprar dos volúmenes en la librería colindante y constatar en las tiendas lo que hace el Gobierno por aumentar los precios en MLC e impedir el enriquecimiento de otros estafadores.
Llegué ante el monumento a Martí a las 4:30 pm. Los encargados de vigilarme se habrán asombrado de mi puntualidad. No me place hacer esperar a quienes por sumisión o cumpliendo órdenes son anfitriones de esta u otra manifestación pacífica o belicosa.
En la calle que separa al Parque Central del hotel Manzana, en idéntica posición que el patrullero que me detuvo el 18 de junio, el carro 916 E con dos policías dentro. Delante, una Suzuki con varios cascos sobre su carrocería. En banco cercano, doce agentes. Saludan a un par de policías uniformados que pasean. Ninguno se mete conmigo.
Los rayos del sol caen así y me dejan asao. Por momentos deseo me trasladen a la Unidad de Zulueta, un tin más fresca. Mitigo el sudor con el calor humano de dos amigos y una amiga. Solo revelo el nombre de Jorge Cervantes. Tuvo que irse treinta minutos después. Al cruzar hacia el hotel Inglaterra es detenido por tres agentes. Mi tocayo me conmina a revelar lo que me cuenta en un audio:
«Después que te dejé, fui hacia el hotel Inglaterra, a encontrarme con una amiga. Compartimos media hora y tuve que irme, dejé a mi madre sola. Tras despedirnos, tres muchachones del DTI me detienen y me llevan al bulevar. Allí me preguntan qué hacía saludándote. «Cómo no voy a saludarlo, si es amigo mío. Simpatizo con sus ideas, con su valentía, su cubanía. Muchos simpatizamos con él, ahí están las más de quinientas firmas de la carta en su apoyo. ¿Cuál es el problema?». «¿Sabe el motivo de que esté allí?». «Ustedes también. Lo publicó en las redes». «Hizo una convocatoria». «No me consta. Pide la libertad de los presos, es su derecho. Es un cubano digno, no pueden reprimirlo y acosarlo». «No lo reprimimos ni acosamos». «Sí. Lo han metido preso, le han puesto esposas». «Habrá sido la policía». «Ah, ustedes no son la policía». «¿Qué habló con él?». «Nada. Nos dimos cuenta enseguida de que ustedes estaban allí. Conversamos, sí. ¿Que no soy comunista? No lo soy. ¿Qué difiero de las leyes de Canel? Sí. No estoy de acuerdo con que al pueblo se le reprima por hablar, por protestar». «Son los tiempos que corren». «Los tiempos no justifican eso. El pueblo está sumido en la miseria. Hay que convocarlo a dialogar, y escucharlo. A Era se le debe respetar como ser humano, como intelectual, como hombre inteligente. ¿Tú lo ves así, flaco, to desguabinao? [respeto, pero no comparto, la libertad de expresión de mi socio Cervantes]: es un hombre en toda la extensión de la palabra». Les expliqué por qué Fernández Era, por qué yo, por qué muchos queremos un cambio para Cuba; por qué este pueblo está tan triste, tan rabioso, tan indispuesto: porque lo someten, lo encarcelan, lo maltratan, lo acechan. «Eso que hacen ustedes ¡está mal! Mientras más lo repriman, más lo acosen, ¡va a ser peor!». «Lo que queremos es unirlo». «¡Así no van a unir a nadie! ¡Déjenlo tranquilo! Lo único que hace es defender principios éticos, humanos, constitucionales». Uno de ellos le hace así a la cabeza, como diciendo: tienes razón. «Vamos a conversar con él», me dice el que parecía el jefe.
Conversar, no conversó nada. Me crucé con ese de regreso al bulevar. Mi amiga me acompañó una cuadra, la siguieron en el largo zigzag que dibujó para eludirlos.
Me preocupa el tercer amigo; su profesión y lugar de trabajo son vulnerables. Si me lee y le fueron encima, que se comunique por el privado, no cejaré en su defensa.
Fue una jornada provechosa. Demuestra —todo el mérito no es para los de la Seguridad— que la carta a mi favor firmada por cientos de intelectuales y miembros de la sociedad civil cubana y del resto del mundo rinde frutos.
Propondré a mi hermana Alina Bárbara, a Madelyn Sardiñas —hizo otro tanto en Camagüey— y a quienes nos brindaron su apoyo fundar otra ANPP —no son las siglas del Parlamento, sino de la Asociación Nacional de Protestones de Parques—. Quién quita se nos una —¿no buscan la unidad?— algún que otro compañero que sacrificó su tarde por culpa de los que regresamos a casa con la frente alta, como la del hombre que desde su estatua nos miró agradecido.
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