Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Por Reynaldo Medina Hernández ()
La Habana.- Las autoridades sanitarias informan sobre arbovirosis. Creo que la definición se queda corta; son tantos los árboles que ya son una selva, así que yo mejor diría selvavirosis. No estoy intentando hacer un chiste. No bromeo con la enfermedad y la muerte, no me hacen ninguna gracia esos memes y cancioncitas que andan por las redes burlándose de eso, ni siquiera los miro. Aunque en mi modesta producción literaria la muerte es un tema recurrente, que suelo tratar con irreverencia y humor (negro), esto es algo diferente, y muy serio.
De hecho, ya me tocó bien de cerca y donde más duele: uno de mis nietos contrajo «alguno de esos» virus. Afortunadamente es un niño muy bien cuidado, querido y atendido. Pero he visto personas que antes de enfermar eran rollizas, y sobre todo, andaban siempre alegres y sonrientes, y ahora están delgadas, demacradas, caminan arrastrando los pies, como zombis o ánimas penantes, y lo peor, con una permanente tristeza en el rostro.
Creo que la peor secuela de estas enfermedades no son la fatiga o el dolor en las articulaciones, sino la tristeza, y eso es muy triste (valga por esta vez la redundancia).
«Oficialmente» se reconoce la presencia de dengue, zika, chikunguña y oropouche, enfermedades ya endémicas, que no suelen tener altos índices de mortalidad. Entonces, ¿por qué está muriendo gente? Recientemente se ha hablado de variantes más agresivas del A (H1 N1) y la covid-19, y de manera extraoficial se ha mencionado una enfermedad conocida como fiebre del Nilo Occidental. Un médico cubano del exilio denomina lo que ocurre como sindemia (concentración de dos o más epidemias que interaccionan…).
Hay otra enfermedad de la que no se habla: la hepatitis. Me consta, desgraciadamente, porque otro de mis nietos la contrajo, y después de él su mamá, que es la menor de mis hijas. El niño se contagió en la escuela, donde varios de sus condiscípulos enfermaron, y en el barrio donde viven hay muchos casos. Dicho sea de paso, por falta de reactivos, al niño solo le hicieron el análisis de orina, no el de las transaminasas.
A la semana, el segundo análisis de orina le dio negativo, ¡el niño estaba curado! Pero mi hija consiguió, en otro lugar, hacerle el análisis y el niño todavía estaba enfermo (ya lleva más de 40 días).
Estuvieron a punto de enviar a un pequeño a contagiar a otros y a merced de consecuencias imprevisibles. Se sabe que una hepatitis viral bien cuidada no es peligrosa, pero mal atendida puede causar graves problemas en el hígado humano. Gracias a Dios, mi hija lo salvó de esas consecuencias.
Esto no es una novedad, hace algunos años, cuando empezaron a escasear las radiografías, a su hermana mayor, que acudió al hospital por una gripe complicada, se negaron a hacerle una placa de los pulmones, porque «el método clínico», que intentaban imponer para sustituir la falta de recursos, indicó que estaban bien: «no suenan, están bien», dijo el médico después de examinarla. Una placa (resuelta por la misma vía que el análisis de su sobrino), detectó una grave neumonía. ¡Por una simple placa, por poco me la matan!
Regresando al presente, tan seria es la situación, que volvieron los partes televisivos diarios, como durante la pandemia. Intentaron reciclar una versión 2.0 del Dr. Durán. Menos mal que lo retiraron pronto del aire; no soporto a ese viejo farsante. Recuerdo que cuando empezó era seguido con un interés que para algunos se convirtió en simpatía, pues lo vieron como a un abuelito bonachón que se preocupaba por la salud de la familia.
Todos sabían que estaba mintiendo conscientemente, pero se lo dejaban pasar; la mentira y la manipulación de la información son «clásicos» ente nosotros, al punto que están incorporadas a «esta» realidad. No hablo por hablar, conocía a una persona que trabajaba en el centro de diagnósticos habilitado en mi pueblo de origen. Aunque ya por entonces vivía en La Habana, la contactaba casi diariamente para saber cómo andaban las cosas, porque allí estaba buena parte de mi familia. Por cierto, todas se enfermaron, mi mamá, mi tía, mi hermana, mi sobrina, mis primas. El número de casos detectados (en un pueblecito, de un municipio, de una provincia) era siempre mayor que el que informaban al día siguiente para toda la provincia.
Pero el señor Durán traspasó todos los límites. Después del 11-7 el Gobierno organizó, una tras otra, marchas, «bicicletadas», y otras verraqueras para regocijarse en «su» ¿victoria?, alguien en TV le preguntó si no consideraba que eso era peligroso e inadecuado en plena pandemia. No fue un comunicador osado, ni mucho menos, todo fue un montaje, ellos sabían la indignación que causaban todas esas payasadas mientras los cubanos se morían. Y aquel señor, que la emprendía indignado contra las aglomeraciones y aconsejaba quedarse en casa dijo, con un cinismo impensable en alguien con su misión social, que esas actividades no eran peligrosas, porque se tomaban todas las medidas para evitar el contagio. Desde ese día para mí no vale un centavo como ser humano, menos aún como médico.
Lo que está sucediendo con la salud en el país, al igual que con las termoeléctricas, no es algo de un día para otro, sino el resultado de la acumulación de políticas erróneas, falta de inversiones imprescindibles y desatención al sector. Ya sabemos dónde están los recursos no dedicados a ese y otros sectores claves de la economía: en esos hoteles vacíos e inútiles, cuya sola visión nos ofende. Por eso hay hospitales colapsados y vemos escenas tan penosas, como las del de Bayamo, con enfermos acostados directamente en el piso para recibir sueros y otras atenciones. Y no es una fake news, las autoridades provinciales reconocieron esa realidad en una nota.
Agréguele a eso la falta de higiene provocada por salideros de aguas (limpias y albañales), la no recogida de basura (con su generación de alimañas y focos de infección), la mala alimentación y la carencia de medicamentos. ¿Qué otra cosa podemos esperar?
Cuba está en una situación que requiere declarar una emergencia sanitaria y pedir ayuda internacional. No hablo de los marines estadounidenses desembarcando como salvadores con cajas de medicamentos, sino de organizaciones con las cuales el país siempre ha colaborado, como la OMS y la OPS, y de países aliados como China, Brasil o México (si Cuba le manda médicos, ¿por qué el Gobierno mexicano no puede mandar instrumental y medicamentos?).
Es muy difícil que eso suceda por dos razones, la primera es el orgullo y la soberbia que siempre han caracterizado a las autoridades cubanas. ¿Cómo un país que se autoproclama «potencia médica» va a pedir ayuda sanitaria? La segunda es una cuestión económica: supuestamente estamos en «temporada alta» de turismo, y esa noticia espantaría a los turistas. Estrategia vana, porque, además de que a aquí ya no viene nadie, de todas formas se van a enterar. Pero son más importantes los jodidos dólares que la salud del pueblo. No les importamos un carajo.