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Por Oscar Durán
La Habana.- Como si no tuviéramos suficiente con los apagones, la miseria y el éxodo imparable, la dictadura decidió regalarnos otro espectáculo de cinismo: el llamado I Festival Granma-Rebelde. Tres días de aplausos oficiales, discursos vacíos y murales pintados con el pincel de la hipocresía. ¿La excusa? Conmemorar los 60 años de fundación de Granma y Juventud Rebelde, los dos órganos de propaganda más serviles del régimen cubano.
Están celebrando seis décadas de mentiras, censura y manipulación. Ni Orwell imaginó algo tan descarado: una fiesta para homenajear a los periódicos que más daño le han hecho a la verdad en este país.
Durante el cierre del festival proyectaron un material audiovisual sobre aquel momento en que Fidel Castro, en 1965, anunció la creación de Juventud Rebelde. Lo presentaron como un hecho histórico, casi divino, mientras los presentes aplaudían como si en esa sala se hubiera firmado la independencia de Cuba y no el acta de nacimiento de dos instrumentos de dominación ideológica.
Ahí estaba el director del diario juvenil, Yuniel Labacena, hablando del “periodismo militante”. Militante, sí, pero del miedo, del silencio y de la autocensura que durante décadas han silenciado al país.
Dicen que debatieron sobre el “rol del periodismo en la era digital”. Qué ironía. En un país donde los periodistas independientes son perseguidos, exiliados o encarcelados, los que se disfrazan de reporteros dentro del sistema organizan debates sobre ética y comunicación.
Hablan de “nuevas generaciones” y de “lenguajes modernos” como si el cambio de formato pudiera limpiar el contenido podrido que venden. En realidad, lo único que ha cambiado es la forma: ahora las mentiras se suben en video, se tuitean y se repiten en redes con el mismo guion de siempre.
Para darle color a la pantomima, llevaron a más de 15 agrupaciones culturales, caricaturistas y creadores visuales. Inventaron un Mural de la Dignidad —¡qué nombre más desafortunado!— en el que dicen plasmar la paz, la dignidad de los pueblos y el centenario de Fidel Castro.
Me pregunto si alguno tuvo la osadía de dibujar una cola interminable frente a una tienda vacía o una familia alumbrándose con un fogón de leña. Eso también es parte de la dignidad cubana, aunque ellos prefieran ignorarla.
El evento, como todo lo que organiza el castrismo, fue un teatro mal montado. Un intento patético por maquillar la decadencia de dos publicaciones que ya no leen ni los militantes. Granma y Juventud Rebelde no son periódicos; son panfletos impresos por inercia, hojas sin alma que repiten la propaganda oficial con la misma sumisión de siempre. Ninguno se atreve a cuestionar al poder, ninguno investiga, ninguno denuncia. Solo justifican. Y a eso le llaman “periodismo revolucionario”.
A fin de cuentas, este festival no celebró el periodismo, sino su entierro. En cualquier país normal, seis décadas de prensa deberían equivaler a seis décadas de verdad. En Cuba, equivalen a seis décadas de censura institucionalizada. Por eso, mientras el régimen pinta murales y corta cintas, el pueblo sigue a oscuras, desinformado y cansado de tanta farsa.
Lo único que lograron con esta burla es recordarnos que la prensa oficial no nació para informar: nació para mentir. Y lo sigue haciendo con un entusiasmo digno del circo más triste del Caribe.