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Por Max Astudillo ()

La Habana.— De pronto, como por arte de magia, Sandro Castro cayó en desgracia. Todos esos perfiles oficialistas, tan activos en redes, se lanzaron al cuello del nieto predilecto de Dalia Soto del Valle. La misión: acabar con él. Porque está manchando el legado del abuelo.

Hasta ahora, solo la prensa opositora, algunos influencers y dos o tres periodistas independientes habían alertado sobre sus provocaciones. Pero esta semana fueron a por él. En manada. Directos a la yugular.

Lo hizo incluso Gerardo «El Antílope» —y eso ya es muchodecir—, un tipo con las manos manchadas que ocupa un alto cargo y dirige la organización de los chivatos. También Ernesto Limia Díaz, otro vocero del régimen. Y, claro, «El Necio».

Este personaje, que presume de haber conocido a presidentes de Venezuela, Bolivia, Honduras y quién sabe cuántos más, no solo atacó a Sandrito. Lo hizo, sobre todo, en defensa del abuelo. Esa fue, al final, la orden de Enrique Villuendas.

Villuendas, un gris burócrata del Departamento Ideológico del Partido, recibió una encomienda: «Hay que desenmascarar a Sandro y cortarlo de Fidel. Que quede claro».

No todos asimilaron la consigna como «El Necio», arrastrado igual —o más— que Humberto López, Randy Alonso o Michel Torres. Según él, Sandro no tiene nada que ver con el gran dictador. «Lo que hace dista mucho de lo que enseñó el Comandante».

Fidel no tenía dinero. Usaba botas rotas. Prefería el uniforme verde olivo. Bla, bla, bla.

Fidel era tan bueno…

No se sabe de dónde sacó Sandro el dinero, pero «seguro no fue de Fidel», dicen ahora sus críticos. Claro, los hijos del Comandante no tenían autos modernos. Bueno, excepto Alex, que tenía tres. Aunque quizás era el más modesto.

¿Y con qué dinero viajaban por el mundo y alquilaban yates? Parece que en Punto Cero había una máquina de imprimir dólares. Fidel no tenía lujos. Ni mansiones. Ni escapadas con amantes.

El gran dictador era la modestia en persona. Lean el libro de Hilda Molina. Ahí cuenta que, en una isla privada, como no había el arroz que le gustaba, mandó un avión a buscarlo a República Dominicana. Solo para impresionarla. Todo con la intención de pasarle la cuenta.

Era tan humilde. Y su familia también. Comía de la bodega, como cualquier cubano. Jamás mandó a matar a nadie. Era pura bondad.

Y ahora Sandro va destapando cosas. El Mercedes. El bar en el centro de La Habana. La vida cómoda. Chicos y chicas a su disposición. Por eso salta «El Necio»«Esto no lo aprendió de Fidel». ¿No? ¿Entonces de quién? ¿Del tío Tony? ¿Del padre?

A Sandro lo quieren callar desde la otra rama. La de Raúl. Porque lo vinculan con una nieta millonaria de los Castro. Hermana de «El Cangrejo», otro que maneja negocios suculentos.

Hasta Mariela Castro aparece. Con su esposo italiano, Paolo Tittolo, y sus inversiones. Los millones. No conviene que Sandro hable.

Al lado opositor también les molesta. Pero que siga. Cada locura suya es una bofetada a los que creyeron en el castrismo. Una patada en el culo a los que se emocionaban con los discursos del ladrón mayor.

Las redes han mostrado más en una década que 55 años de régimen. Y ahí está el entramado mafioso de los Castro.

Y aún hay anormales que se desviven por ellos. Por mí, que se mueran todos. Menos Sandro, claro.

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