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Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Como los días en mi casa se han vuelto tan complicaditos últimamente, me he tenido que poner creativo. Nada mejor para la creatividad que sumergirse en la literatura y si es la infantil, mucho mejor. Me puse a buscar qué cuento aplicar en pos de un día más tolerable.
Ya por Cenicienta estoy pasando cada día con lo del carbón así que lo deseché. El cuento de la cucarachita Martina lo tengo gastado pues cada mes me salen antenas tratando de comprar algo con mi salario y también quedó fuera. Seguí recordando y estudiando historias infantiles hasta que me decidí por Ricitos de Oro.
Me puse mi buena peluca rubia y salí en busca de la casa de los osos. Al llegar a la casa, sabiendo que no estaban, me dispuse a entrar. Allí estaban los tres sillones ubicados frente a un televisor de treinta y dos pulgadas encendido innecesariamente. Estos mamíferos viven en un circuito priorizado del bosque. ¿Habrá alguna clínica veterinaria con el grupo electrógeno roto en el circuito o Papá Oso será socio del Muchacho del Catao?
Me senté en el sillón chiquito directamente pues me sé el cuento. Pude ver la repetición de un capítulo de la novela cubana. Nunca la había visto. Puede que esté buena.
Luego pasé a la cocina-comedor y la mesa estaba servida con tres platos de sopa. El plato que me dejó loco fue el de Papá Oso pues estaba echando humo. Indiscutiblemente estaba recién bajado del fogón y la habitación no olía a carbón. Claro, esos osos siempre tienen corriente. Todavía estaba calentico el fogón de inducción. Me tomé con genio la sopa del osito y me fui al cuarto.
Hay que reconocer que no tienen aire acondicionado en la habitación pero tienen tres ventiladores de pie, uno para cada cama. Encendí el del pequeño y me dispuse a acostarme. Llevo tanto tiempo durmiendo en el suelo que tuve que convencerme fervientemente de acostarme en la cama.
Como es lógico me dormí al momento. Tres ronquidos después llegaron los osos con su protestadera por mi uso y consumo de sillones, sopa y cama. Desperté y en lugar de salir corriendo como la rubia del cuento, les armé tremenda bronca por haberme despertado. Viviendo así como ellos cualquiera ve como malo todo lo que hice. Luego de ofenderles, me quité la peluca y regresé.