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Por Reynaldo Medina Hernández ()
La Habana.- Estas líneas, por su contenido, quise publicarlas el pasado lunes 3 de noviembre, pero el paso del huracán Melissa por las provincias orientales, lógicamente, se impuso como tema. De todas formas, funciona igual poco después de Halloween (31 de octubre), que poco después de Thanksgiving (cuarto jueves de noviembre). Así que, allá vamos.
He alertado sobre la pérdida de nuestras tradiciones y su suplantación por otras importadas y ajenas a nuestra historia, costumbres, religión; y analizado las causas y sus consecuencias para la sociedad. Pero una lectura del fenómeno desde otro punto de vista sugiere que, quizá, tenga lógica o, al menos, sentido práctico.
Analicemos. Para unos padres agobiados, una piyamada es una forma de quitarse los chiquitos de arriba al menos por una noche. En el Thanksgiving se come guanajo, que es muy difícil de conseguir, pero puede sustituirse por otra ave más pequeña y accesible: el pollo. Mucho más fácil y barato que el puerco de Noche Buena. Lo que nunca entenderé es el Halloween, porque disfrazarse, además de imaginación implica recursos, para no hablar del «truco o trato» con sus caramelos y dulces, ni de las calabazas y las velas.
Y llegamos a Santa Claus vs. los Reyes Magos. Salta a la vista la ventaja del problema numérico. No es lo mismo lidiar con un viejo en un trineo, tirado por renos (que en un ejercicio de máxima racionalización pueden reducirse a uno), que con tres tipos montados en camellos. Piensen en visado, hospedaje, alimentación.
Luego viene lo ideológico. Las barbas de Santa recuerdan a las de Marx, Engels y otros viejitos comunistas. Además, viste de rojo, el color de las banderas soviética, china y vietnamita, antiguo y actuales referentes del Gobierno cubano, y el del PCC y la UJC.
Los Reyes Magos están en baja con este Gobierno desde que caminaron por La Habana repartiendo regalos. Tampoco puede subestimarse su aspecto, visten a la usanza oriental, y con los prejuicios antimusulmanes por Al-Qaeda y el Estado Islámico, al ver a unos viejos con turbantes los niños pueden asustarse, confundiéndolos con terroristas. Por otro lado, los camellos recuerdan a aquellos tarecos rodantes.
Sí se pierde es en lo de la inclusión. Baltasar es negro, lo que resuelve el tema racial, así que con representar a Melchor o Gaspar un poco amanerado se sumaría también a la comunidad LGTBIQ+.
En lo adelante, seré más cauto en mis análisis.