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Protestas por recargas y no por la libertad confirman tesis del daño antropológico cubano

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Por Carlos Carballido ()

En el ADN del cubano moderno —y no tan moderno también— la palabra libertad ha sido desterrada por completo.

No protestan para exigirla a la tiranía castro-canelista, sino por las migajas que ese desgobierno elimina a cuentagotas. Mes tras mes, año tras año: luz eléctrica, pollo de dieta, carbón, agua, y ahora las tarifas telefónicas que Etecsa ha decidido aumentar por puro ordeno y mando.

El término libertad es, quizás, el concepto más rechazado. Transformado en un tabú que ha convertido a ese pueblo en una masa sin compromiso social. Una que ha mutado sus valores morales y culturales en una forma parasitaria de vivir y pensar.

Han olvidado que muerto el perro se acaba la rabia, y por momentos parece que, en realidad, se sienten cómodos conviviendo con ese animal y su enfermedad. Al fin y al cabo, todo se resuelve desde “el otro lado del charco”, donde habitan sus connacionales en condición de secuestrados emocionales. La mayoría son incapaces de entender que son, y seguirán siendo, manipulados por la nostalgia y la culpa de haberse ido pal carajo.

Las protestas por tárifas, no por libertad

Las supuestas protestas por el aumento de tarifas no son ningún síntoma de cambio en Cuba. Es solo lo que la sociología define como “miedo estructural”: ese terror internalizado por más de 60 años de represión política. En este contexto, se ha entrenado a la población a no cruzar ciertas líneas. Así que, si se nos permite pedir más luz o tarifas más baratas, eso es lo que haremos. ¿Libertad? No, gracias.

La sociedad cubana ha degenerado en una biomasa moldeable que, si bien no creció bajo la narrativa mítica de la Revolución, sí aprendió a canalizar su frustración sin tocar el terreno de la disidencia directa. No están para buscarse problemas, ni mucho menos para abrazar heroicidades que los lleven al martirologio.

Lo que vemos no es solo el daño antropológico de una nación y sus hijos. Es una mutación genética colectiva, típica de tiranías prolongadas. Para más precisión: el régimen cubano es el sexto más longevo del mundo moderno. Solo es superado por dictaduras como la de Corea del Norte, ex Unión Soviética o China (Freedom House, 2024).

El castro-canelismo logró incrustar en la psiquis colectiva una consigna peligrosa:

“No tengo deseos ni fuerzas para cambiar el régimen, pero no quiero que me quiten lo poco que tengo.”

Las protestas por la subida de tarifas no obedecen a demandas genuinas, sino al temor de perder privilegios mínimos. Por ejemplo, si antes recibían tres recargas mensuales del extranjero, ahora solo podrán recibir una. Y con eso, se les reducirá drásticamente el tiempo de enajenación consumiendo contenido basura. También se verá afectada la última estupidez tecnológica que puedan pedirle a un primo en Hialeah.

Lo peor es que estas protestas se están vendiendo como un despertar de conciencia nacional, como una chispa que hará arder las calles. Es posible —y hasta deseable— que ocurra, pero no olvidemos qué pasó con los ingenuos que en el 11J gritaron “¡Libertad!”. Saldrán, aunque lo dudo, y solo se oirá:

“¡Más luz! ¡Más patas de pollo! ¡Y, por favor, eliminen las tarifas de ETECSA, que en una recarga se nos va la vida!”

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