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¿Por qué va a morir ese hombre?

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Por René Fidel González García

Santiago de Cuba.- ¿Cómo se llama el que va a morir? ¿Cuántos hijos tiene? ¿Qué sienten sus padres ahora, su compañera, sus amigos, sus vecinos? ¿Por qué está muriendo en la ciudad de Holguín, en Cuba, un hombre joven? ¿Por qué creyó necesario elegir morir de hambre, oponer la única vida que tiene a lo que lo condenó?

Todas estas preguntas son en realidad fragmentos de otra más importante: ¿por qué va a morir ese hombre?

Algunos dirán que va a morir porque arriesgó y puso en juego lo más precioso. Es posible que ninguno de ellos se adentrara – ni nunca lo haga, ni siquiera unos centímetros – en los hondura de esa terrible determinación, pero eso bastará para ellos. Otros dirán que en Cuba hay una Dictadura – así, en mayúsculas – y con eso encontrarán desahogo suficiente.

Lo hicieron antes, lo hacen ahora y lo seguirán haciendo pero Zoila Esther, la madre de un inocente que esperaba – aún lo hace – en prisión provisional que se probara su culpabilidad, murió sin poder ver a su hijo.

No es que ella no lo dijera, no es que no se hiciera público – viral, registrable y luego olvidable – ese anhelo de una madre cubana que irremediablemente moría. Esposado, como lo está ahora mismo a las barandas-barrotes de su cama el hombre joven que sigue muriendo en un hospital holguinero mientras lees esto, llevaron luego al hijo inocente a ver a Zoila, solo después que ella estuvo muerta ¿por qué? ¿Sordera, impiedad, maldad? ¿De quién, del Gobierno? ¿Realmente lo crees ?

Es aún peor, algo peor

Otros dirán que en medio del caos de enfermedades, hambre, corrupción y mediocridad empoderada, de las neblinas y el desconcierto intencionado, es una pésima idea apelar a la justicia a través de un recurso tan extremo – o de cualquier otro – .

Estar a salvo – sentirse a salvo – permite a menudo ejercer esa lógica implacable, imponerla sobre otros, pero incluso defectuosa, esa manera de pensar, ese puntal retorcido de nuestra autoestima como cubanos, apunta a una cuestión central de la pregunta que indaga el por qué va a morir este hombre.

No se trata de que la suya pueda ser una muerte entre miles que están ocurriendo en Cuba porque la latencia de las decisiones y recortes de la inversión pública en salud y epidemiología, en seguridad alimentaria y asistencia social, esté emergiendo ya, nauseabunda aunque negada por sus padres; porque algo salió mal; o porque el silencio de antes muta – una vez más- dentro del discurso político a su forma elusiva por excelencia, porque no se puede asustar al turismo en temporada alta o a los inversionistas, porque un medio de prensa perseguido es más rentable que sus propios periodistas perseguidos.

La pregunta que indaga el por qué va a morir este hombre habla de nosotros, de la amenaza que nos han hundido lentamente en el alma, de lo que nos acabará matando: nuestra indiferencia.

Marchaste ya una, dos, tres – ¿cuantas veces más? – en apoyo de un pueblo masacrado a destajo desde antes que nacieras y hasta hoy por propios y extraños; exhibiste incluso una tela en el cuello. – como una especie de souvenir de las víctimas o un glamoroso pasaporte para uno de los pasillos de lo políticamente correcto – y sin embargo apartas la vista de lo que también te atañe.

Es indiferencia. El hecho de que sea selectiva es precisamente lo que hace que mañana, otro mire lejos lejos de la única vida que tienes.

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