Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Jorge Sotero ()

La Habana.- El embajador cubano en Vietnam, Rogelio Polanco Fuentes, aparece conmovido hasta las lágrimas por la campaña de donaciones vietnamita que ha recaudado casi 13 millones de dólares para Cuba.

Describe un tsunami de solidaridad donde niños, ancianos y trabajadores aportan sus modestos ingresos con un amor que trasciende lo material. Lo que no explica es cómo ese dinero llegará a los cubanos de a pie, esos que hoy buscan comida en la basura mientras la nomenclatura importa whisky escocés.

La emoción del embajador es tan genuina como un billete de tres dólares: se agradece el gesto, pero nadie en La Habana verá un centavo de esto. El régimen ya habrá calculado cuántos Mercedes-Benz oficiales caben en 13 millones.

Polanco insiste en que lo importante no es la cifra, sino el «mensaje espiritual». ¡Qué alivio! Porque el mensaje espiritual no se come, ni compra medicamentos, ni paga la luz.

Mientras los vietnamitas donan sus dongs con la ilusión de aliviar el bloqueo, La Habana gasta millones en mantener una maquinaria represiva que ahoga a su propio pueblo.

La solidaridad vietnamita es conmovedora, pero es como darle un chaleco salvavidas a un ahogado mientras el régimen le ata una piedra a los pies.

El embargo estadounidense es el chivo expiatorio perfecto: todo lo malo ocurre por eso, y todo lo bueno se lo queda el Partido.

Lo que omite Polanco

El embajador habla de las limitaciones energéticas, la falta de alimentos y los medicamentos que no llegan. Lo que omite es que Cuba, tras seis décadas de revolución, sigue importando comida porque su modelo agrícola es un desastre, y que la biotecnología de la que tanto alardea solo beneficia a una élite militar-empresarial.

Los hospitales públicos carecen de aspirinas, pero los líderes reciben tratamiento en clínicas privadas. Los vietnamitas, que conocen la miseria real, deberían preguntar cómo un país con tan pocos recursos mantiene una diplomacia tan larga y tan costosa.

La campaña de la Cruz Roja de Vietnam es un éxito de participación popular, pero también un ejercicio de ingenuidad geopolítica. Cuba no es un país pobre: es un país empobrecido por un sistema que prioriza la lealtad ideológica sobre la eficiencia.

Mientras Vietnam se abre al mundo y prospera, Cuba sigue anclada en los años 60, vendiendo nostalgia revolucionaria a cambio de divisas. Los 13 millones recaudados serán administrados por el mismo gobierno que no rinde cuentas a nadie, ni siquiera a sus ciudadanos.

Cuba no es lo que piensan los vietnamitas

Polanco agradece el apoyo internacional contra el bloqueo, pero no menciona que las sanciones de EEUU excluyen alimentos y medicinas. El hambre en Cuba es producto del control estatal, no de las sanciones.

Mientras el embajador se emociona por los donativos, su gobierno sigue gastando millones en respaldar regímenes como el de Maduro o en enviar médicos como mano de obra esclavizada a medio mundo. La solidaridad debería empezar por casa: ¿cuánto de ese dinero vietnamita llegará a las madres que hacen cola durante horas para comprar leche en polvo?

Al final, lo más trágico no es la mentira del embajador, sino la fe genuina de quienes donaron. Vietnam, que sufrió guerras y embargos, sabe lo que es la necesidad real. Pero Cuba ya no es el país heroico que le vendieron, con Fidel y el Che como supuestos líderes: es una finca familiar gobernada por una oligarquía militar que vende sueños revolucionarios mientras practica el capitalismo más salvaje consigo misma.

Los 13 millones se perderán en el agujero negro de las cuentas off shore, y Polanco, dentro de unos años, escribirá sus memorias desde algún paraíso fiscal. Mientras, el pueblo cubano seguirá esperando que la solidaridad, alguna vez, no sea solo un discurso.

Deja un comentario