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Por Esteban Fernández Roig ()
Miami.- Quieren qué no hable de él, que lo ignore, que lo olvide, pero olvidarlo sería perdonarlo, y yo no lo perdono. Mas fácil sería pedirle a los judios que olviden y perdonen a Hitler.
Desde niño, durante toda mi vida, por años, por décadas, he visto hasta en la sopa las fotos del Führer. Y cientos de películas sobre la barbarie nazi, sobre los campos de concentración, y de la valentía de las fuerzas armadas norteamericanas y sus aliados barriendo con las tropas hitlerianas.
Y nosotros solo tenemos a unos cuantos, como yo, rumiando nuestro desdén y un buen compatriota llamado Lilo Vilaplana denunciando las terribles torturas que los presos políticos «Plantados» recibieron del régimen de Castro.
Eterno y justificado odio nos han inculcado contra la criminal Gestapo. Y eso está muy bien.
Pero tal parece que molesta el que yo -que jamás digo malas palabras – llame hijo de puta y me cague mil veces en Fidel Castro, en Raúl, en todos y cada uno de los castristas y en su regimen que oprime a la nación que nos vio nacer y a su pueblo de a pie.
Solamente puede intentar calmar mi odio eterno quien vaya a una Sinagoga y le grite al Rabino: “¡NO Jodas más predicando contra Hitler!”
Algunos solo vieron sus cenizas, otros a un viejo decrépito y cagalitroso, pero nosotros lo sufrimos en carne propia.
Padecimos el cambio realizado de la prosperidad al sangriento y miseriento comunismo con su estela de miles de presos político y fusilados.
Padecimos la eliminación de la libertad, de la propiedad privada, fuimos asediados, vigilados y chivateados, siguiendo las orientaciones de ese monstruo.
Y estoy llegando al extremo de no solamente odiar al castrismo sino también a los que intenten coartarme mi derecho bien ganado a exhibir mi aborrecimiento total.