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Carlos Cabrera Pérez
José Mujica Cordano (Montevideo, 1935-2025) fue el Mandela de Iberoamérica, renunciando a pasarle la cuenta a los militares que lo habían torturado y encarcelado ; incluida una estancia de siete años en una cueva, donde adiestró ranas y ratones, y usó su poder para contribuir a la consolidación de la democracia, la riqueza y el bienestar de Uruguay, un país diminuto con el que supo jugar bien las cartas en la geopolítica y el dinero, sin caer en tentaciones castrochavistas.
Su generosidad con sus torturadores le pasó la cuenta en sectores del Frente Amplio y la sociedad uruguaya , pero su decidida apuesta por la democracia, la riqueza y el bienestar, lo colocó en el futuro frente a adversarios y los votantes.
Su coherencia la ejerció con la pobreza personal como opción, que mantuvo hasta su reciente muerte, pero no cayó en la tentación suicida de imponerla como norma a los uruguayos, que siguieron siendo libres, comiendo carne buena y comprándose casas, carros y pacotilla durante su mandato.
En privado, sostenía que Fidel Castro era un vanidoso y Hugo Chávez un despilfarrador engreído, pero en público mantuvo las apariencias; aunque se sentía más cómodo con Lula da Silva que con dictadores obsesionados con la destrucción y la trascendencia; ecuación imposible; como toda quimera.
Su ejecutoria fue el mejor desmentido y alternativa al comunismo de compadres que enriquece a unos pocos y condena a la pobreza a millones, llena las cárceles de discrepantes y malgasta su energía en lapidar adversarios y diferentes, con monólogos totalitarios de cáscara de piña.
Cuando supo que las fuerzas le flaqueaban, abrió las puertas a una sucesión tranquila y ejerció el magisterio sin que se notara, sin dejar en evidencia a los nuevos y sin entrometerse públicamente en las decisiones de gobierno, como corresponde a un militante disciplinado que lo fue todo, pero su tiempo ya pasó.
Los wokistas de Estados Unidos de América y Europa quisieron convertirlo en un santón de la austeridad, que es uno de los enfoques permanentes del wokismo hacia el sur, ya para ricos están ellos y nada calma más las conciencias que un millonario predicando las ventajas de la pobreza y una supuesta igualdad que solo existe en sus cabezas.
La libertad y la prosperidad fueron su verdadera ideología, de discursos huecos y alocados se son reía con la sabiduría de quien está de vuelta de todo y le importa tres pitos lo que se pontifique en Washington o Bruselas, aunque se pusiera corbata para volar hasta ellos y garantizarse más inversiones en beneficio de los uruguayos y su peculiar esfuerzo contra la pobreza real, esa que tanto encandila y moviliza a los zurdos de plastilina porque la usan como arma fundamental de su discurso políticos, pero nunca la erradican o combaten.
En una charla en una universidad europea, que se empeñó en tenerlo como conferenciante, una alumna de primero de Relaciones Internacionales, lo bautizó -involuntariamente al no recordar su nombre- como el viejito del Escarabajo (modelo de VW que usaba; aunque antes tuvo moto, en la que acudía al Senado de Montevideo).
Iberoamérica pierde a un referente discreto y eficaz, que hizo de la politica una oportunidad para todos y un ejercicio de realismo poco frecuente en una región saturada de hombres pródigos y Melquiades, aquel estafador de Cien años de soledad.