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Por Michel Hernández
La Habana.- El documental Para Vivir, el implacable tiempo de Pablo Milanés mantiene un conflicto que a su vez es su principal virtud. La obra está hecha, quizá sin buscarlo directamente su director, Fabien Pisani, para el público cubano. Para los seguidores de Pablo. Para Cuba.
Ningún otro público internacional podrá conmoverse hasta los huesos con las imágenes de su querido Pablo dialogando con sus hijos, con su esposa, enfrentándose a sí mismo, mientras se enfrenta, además, a la idea de una muerte cercana por la leucemia que padecía y que nunca en verdad lo llegó a vencer, pese al último desenlace.
Sin embargo, su público natural no podrá ver el documental, al menos por ahora, a pantalla completa en el festival de cine porque, como se sabe, ha sido censurado.
El documental, estrenado en La Embajada de Noruega en La Habana, es fundamentalmente un homenaje de un hijo a su padre. La visión de Fabien sobre Pablo construida a través de una selección de entrevistas e imágenes de archivo. De una selección de anécdotas y visiones sobre la vida y la obra del cantautor. Entre ese cúmulo de miradas que se agolpan ante el espectador sobresalen las anécdotas contadas por las que fueron sus esposas en diferentes momentos de su vida y que de alguna forma siempre estuvieron cerca de él tras las rupturas. Porque Pablo poseía ese don bien cubano. El de la amistad y el cariño que sobrepasaron las pruebas de la vida y del tiempo.
Pablo siempre estuvo en una contienda silenciosa contra el tiempo. La enfermedad lo mantuvo en vilo desde muy joven pero no le impidió forjar la obra que todos conocemos no solo en la música sino también en la sociedad cubana, aunque la última es menos conocida y ha quedado relegada a archivos o documentos de prensa. A ese ámbito de acción se acerca el documental. Lo muestra a intervalos mientras se acerca también a la historia de Cuba después de 1959. Desde el nacimiento de la utopía más enardecida hasta que se apaga el esplendor y se instala el encarnizado desencanto que llega hasta hoy en una gran parte de la sociedad cubana, para no ser absoluto pese a la gravedad del instante.
En ese breve intervalo que va de la felicidad a la caída de la promesa del horizonte luminoso aparece también, aupada por otros mecanismos, la misma censura que impidió ver a Pablo de nuevo en La Habana.
En realidad, cualquier cubano podía ser Pablo Milanés de acuerdo al retrato que nos entrega el documental. Y Pablo también podía ser cualquiera de nosotros. Nunca se alejó del cubano común. De los avatares de su tierra. De su condición de negro cubano. Fabien lo muestra hablando precisamente de esas cualidades tan acendradas en él: la del cubano de los pies a la cabeza, la de negro que defiende el significado libertario de sus raíces, la de músico que conoció a fondo la evolución de la cultura cubana y la de amigo sin medias tintas.
En el documental, bien desarrollado de acuerdo a los presupuestos básicos de ese tipo de obra cinematográfica, podríamos decir que Fabien pone a Pablo al descubierto. Pero Pablo, en verdad, fue un hombre que se mostraba tal y como era en cualquier escenario, en cualquier entrevista (en las censuradas y en las que salían al aire) y nunca puso reparos en salir al público tal sin ninguna puesta en escena. En resumen: un cubano sin ambages, sin dobleces, con una obra que hablaba por él cuando el prefería darle descanso a la » niña», como llamó a su poderosa garganta.
Fabien logrado un retrato íntimo de su padre. Un acercamiento destinado a los cubanos. Una mirada que impacta sobre todo cuando vemos a aquel hombre que se convertía en un país en el escenario recibiendo los tratamientos que lo mantuvieron con vida durante años. Los testimonios, sobre todo de las personas que estuvieron cerca de él, son parte de los momentos más preciados de la obra. La conmovedora revelación de su viuda, Nancy Pérez sobre lo que significó donarle un riñón a su esposo para que siguiera con vida, poniendo en riesgo la suya, las palabras de Pablo en las que se exigía fortaleza para poder ver a sus hijos más pequeños crecer, y la relación del cantautor con su entorno en su pequeño apartamento de Las Rozas de Madrid, donde le plantó cara a la enfermedad para seguir en el ruedo.
Ese diálogo entre Pablo y su nueva realidad tras verse obligado a marcharse de Cuba para mantenerse con vida se convierten un testimonio muy preciado en el que Fabien podía haber indagado en mayor grado porque ofrece una hondura notable a la relación de Pablo con un escenario que no eligió. Una frase del cantautor esboza con claridad la nueva realidad que vivía. Dijo algo así como que tenía un montón de árboles a la redonda y ninguno era frutable. Era un reproche que disipaba con el humor que afrontaba el paisaje madrileño y que era una marca de su personalidad.
Para vivir podía haber incluido otros testimonios para ampliar su desarrollo argumental. Por ejemplo, se echan en falta las palabras de las hijas de Pablo y de músicos y productores que estuvieron muy cerca de él como Miguel Núñez, Haydée Milanés, Lynn, Suylén, Liven Céspedes, Natasha Vázquez , pero ya sabemos que cada realizador usa su libertad creativa para darle forma a la obra que persigue, un ejercicio, a fin de cuentas, totalmente válido.
Cuando uno ve el documental hay una pregunta que lo asalta al momento. ¿Por qué fue censurado? No hay una respuesta lógica que responda a esa interrogante. O sí. En Cuba lamentablemente se ha reducido el margen de la libertad de expresión en comparación con otras épocas del cine cubano, en que, si bien existían los censores de toda la vida, coexistía mayor espacio para la expansión de un cine que tenía entre sus premisas fundamentales el ejercicio crítico con la realidad. Al hacerle una disección al cuerpo de censura se puede pensar que incluso hoy cintas como Fresa y Chocolate o Memorias del Subdesarrollo serían imposibles de estrenar en Cuba.
Mostrar el desencanto de Pablo con la Revolución y sus líderes, poner frente al público la torpeza de las autoridades que trataron de impedir que casi a la hora de su muerte Pablo pudiera cantarle a Cuba o simplemente permitir que el cantautor regresara, en un filme, a la isla. Tal vez esas sean algunas de las razones que llevaron a tachar la cinta, a colocar la cadena, a situarla en la jaula de las películas engavetadas, eso mientras siguen usando las canciones del cantautor para ponerle banda sonora a cualquier convocatoria política. Es una escena que escapa a cualquier lógica menos, obviamente, a la de los censores y que servirá de material de estudio a los cineastas y a los cubanos del futuro sobre este presente varado, casi distópico, que vivimos.
Para vivir, lo dije varias líneas arriba, es esencialmente el homenaje de un hijo a su padre. El homenaje en verdad que cualquier hijo le gustaría hacer a su padre.
No será el último filme que aborde la figura de este músico cubano. Vendrán otros, con otra multiplicidad de estilos y miradas, porque Pablo es tan vasto que toda historia sobre el siempre estará inconclusa. Como inconclusos estamos los cubanos.
En el caso de Para Vivir fuese prudente que los decisores se llamen a capítulo y abran las puertas para que todos los cubanos puedan disfrutar de esta obra, incluso ellos mismos, porque esa obra también es parte de Cuba. O sea, de todos nosotros, con nuestras diferencias, o semejanzas, que son solo eso, el accionar de la naturaleza humana. Porque si algo todavía nos puede invitar a la conversación antes del último momento es la música de Pablo. Ese hombre que aseguró que pisará las calles nuevamente, que confió en que La Habana volverá a ser lo que un día fue y que el pueblo, o sea todos nosotros, se levantará un día de sus ruinas.