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Por Jorge L. León
Houston.- Una frase que nos denigra, que avergüenza, y que como nación no queremos escuchar nunca más. Ese grito, repetido por algunos como un eco del sometimiento, no es una expresión de apoyo real ni de compromiso político. Es el reflejo de una profunda tragedia psicológica y moral que ha moldeado a Cuba durante más de seis décadas de autoritarismo. Entender por qué alguien llega a pronunciarlo es esencial para comprender la magnitud del daño humano causado por el totalitarismo.
El cubano que ha vivido bajo un sistema que lo empobrece y lo oprime, pero que al mismo tiempo le exige lealtad incondicional, enfrenta una contradicción interna insoportable. Reconocer que ha sido traicionado por quienes prometieron salvarlo implicaría un colapso emocional. Para evitar ese dolor, muchos recurren a la autojustificación. Repetir consignas funciona como un intento de sostener una identidad que de otro modo se derrumbaría.
En ambientes de control absoluto, la mente humana tiende a vincularse con la figura del opresor para sobrevivir. A eso responde el llamado “cautiverio político”, una versión social del síndrome de Estocolmo. Tras años de vigilancia, castigo, propaganda y dependencia del Estado, algunos acaban desarrollando una obediencia emocional artificial. No es lealtad auténtica: es adaptación al terror.
En Cuba, la obediencia es una herramienta de supervivencia. Decir lo correcto, aplaudir al líder correcto y repetir la consigna indicada puede traducirse en un empleo, una oportunidad o un simple respiro. Callar puede significar problemas, humillaciones o persecución. Por eso, “pa’ lo que sea, Canel” no es un grito de entusiasmo, sino el ruido de un miedo internalizado hasta la médula.
Décadas de adoctrinamiento, censura y castigo han provocado una mutilación de la capacidad moral en amplios sectores de la población. Cuando el cuestionamiento se penaliza y la obediencia se premia, la dignidad individual se va desgastando. La persona termina repitiendo lo que espera el poder, aunque en el fondo ya no quede convicción ni respeto por sí misma.
Una sociedad fragmentada por la miseria, la vigilancia y el desencanto desarrolla un profundo vacío espiritual. El régimen instrumentaliza ese vacío para crear una falsa sensación de comunidad, un “nosotros” destinado a sustituir a la familia, la fe y la ciudadanía real. La consigna se convierte entonces en un ritual que intenta —sin lograrlo— llenar esa soledad colectiva.
“Pa’ lo que sea, Canel” no representa apoyo genuino. Es el síntoma audible de una nación dañada psicológica y moralmente por el totalitarismo. Es el eco de ciudadanos que han sido despojados de su voz, de su juicio y de su dignidad. Es el reflejo de un pueblo que ha sobrevivido demasiado tiempo entre el miedo y la dependencia.
Comprender el origen de esta miseria moral es indispensable para imaginar la Cuba futura: una Cuba donde jamás vuelva a escucharse esa frase, porque habremos recuperado la dignidad, la verdad y la libertad que nos han sido arrebatadas.