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En septiembre de 1922, un joven Robert Oppenheimer cruzó por primera vez las puertas de la Universidad de Harvard. Tenía 18 años, una mente aguda y una inscripción en química que pronto resultaría equivocada. Porque lo suyo, aunque aún no lo supiera del todo, era la física.
Apenas iniciado el primer año, Oppenheimer se dio cuenta de que lo que realmente le fascinaba no era mezclar compuestos, sino entender el universo. Empezó a leer sobre termodinámica, estadística, física molecular… y no pudo parar.
Antes de terminar el primer año, escribió una carta al departamento de física con una petición tan audaz como improbable: quería cursar “Física 6a”, una asignatura avanzada de termodinámica, sin haber tomado un solo curso de física universitaria. No solo eso: ni siquiera había asistido a una clase de nivel básico.
Pero en su carta, adjuntó una lista de quince libros especializados que —según él— ya había leído. Algunos eran tan recientes que apenas llegaban a las bibliotecas. Otros, como los tres volúmenes de “Un sistema de química física” de Lewis, apenas podían comprenderse sin conocimientos de física cuántica.
El 6 de junio de 1923, el departamento de física se reunió para discutir su caso. Nadie sabía con certeza si Oppenheimer realmente había leído y entendido todo. Pero un profesor, George Washington Pierce, resumió lo que todos pensaban con ironía:
—“Si dice que leyó todos estos libros, probablemente está mintiendo… pero aun así merece un doctorado solo por conocer los títulos”.
Le permitieron tomar el curso. Nadie se arrepentiría.
En Harvard, Oppenheimer estudió con Percy Bridgman, futuro Premio Nobel, conocido por cuestionarlo todo. La química quedó atrás. Lo que había comenzado como una curiosidad se convirtió en vocación.
Y por si quedaban dudas de su talento precoz, en una cena en casa de Bridgman, Oppenheimer admiró una pintura de un templo griego. El profesor comentó que era del año 70 d.C. Oppenheimer lo corrigió con naturalidad: —“Lo siento, no estoy de acuerdo. Por las columnas dóricas, debió construirse unos 50 años antes.”
No tenía veinte años. Pero ya empezaba a pensar como un hombre que cambiaría el mundo.