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Noche de hospital

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Por Víctor Ovidio Artiles ()

Caibarién.- Llegamos a la sala del hospital, que no es donde murió Simón, el gran varón. Era la única cama vacía. La tendimos, tomando todas las providencias a la hora de tender una cama de hospital. Por ser los últimos, no alcanzamos banquetas. Nuestros vecinos acapararon dos banquetas y por la apariencia del enfermo, no quisimos disputarles.

La cama mostraba un aspecto de hamaca de guerrilla, levantada en los extremos y ahuecada en el centro. Solo nos faltaban las barbas para estar insertados en el ambiente de la guerra de guerrillas. No faltaba nada pues mosquitos y calor estaban dando lo mejor de ellos.

La vista se nos iba para el señor de la cama vecina, quien se recuperaba de alguna operación. Se le veía incómodo en aquella posición. El hijo y la nuera fueron clasificados como los acompañantes más comunicativos de la sala. Allí estaban sentados, en su banqueta y en la mía, robándole cada milímetro cúbico al silencio.

Decidí acostarme también en la cama y pasar a ser un acompañante indisciplinado. Era preferible un regaño al dolor y la hinchazón de mis pies colgando. Parecíamos una pareja heterosexual de guerrilleros.

Insensibilidad

La forma de cuchara de la cama nos empujaba hacia el fondo del hueco. Los cuerpos se fundían y el aire del ventilador Trópico, no lograba amainar el calor tropical.

Los vecinos no paraban un minuto. ¡Coño, que dos viejos más creativos a la hora de buscarse temas!

El pobre viejito, sin almohada, boca arriba, con sueros, sondas y el hijo y la nuera, la estaba pasando mal.

Girar en aquella hamaca era peligroso y casi imposible. Me paro, nos paramos, orinamos, salimos, entramos, nos sentamos, se nos hinchan los pies y volvemos a intentar dormir en nuestra hamaca.

La incomodidad y la jodedera de aquellos vejetes conversadores no permitían conciliar el sueño.

Solo una persona estaba más incómoda que nosotros, el viejito operado. Al parecer demasiado molesto, logró hacer sonoro su desgano y, con voz apagada, balbuceó algo ininteligible.

Los habladores se acercaron para poder escucharlo y el viejito logró articular las siguientes palabras: «Coño, no hablen más mierda a ver si dormimos».

Pasé toda la noche velandole el sueño y revisándole el suero al pobre viejito.

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