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Por Albert Fonse ()

En tiempos de confusión, es necesario llamar a las cosas por su nombre. En el caso de Cuba, esa claridad no es un lujo, es una responsabilidad.

Durante años, muchos han utilizado el término activista como una forma neutral de referirse a quienes alzan la voz contra las injusticias del régimen. Tal vez por cautela, tal vez por miedo, tal vez por diplomacia. Pero ha llegado el momento de decirlo con todas sus letras: no todos los que luchamos por una causa somos simplemente activistas. Algunos de nosotros somos algo más directo, más incómodo para la tiranía: somos opositores.

Un activista puede pelear por muchas cosas: por los derechos de los animales, por el medio ambiente, por causas sociales. Puede hacerlo incluso dentro del marco legal de un sistema autoritario, sin tocar las estructuras de poder.

En Cuba, hay quienes se llaman activistas pero no cuestionan el sistema. Hablan de temas “permitidos”, de forma tolerada, mientras evitan decir lo esencial: que la raíz de todos los males es la dictadura.

El opositor, en cambio…

Un opositor, en cambio, no negocia con la causa de su pueblo. No decora los barrotes de la jaula; busca romperla. No se limita a denunciar violaciones de derechos humanos: denuncia al violador principal, al aparato represivo, a la Seguridad del Estado, al Partido Comunista y a la cúpula que lleva más de seis décadas destruyendo a Cuba. Un opositor no trabaja por reformar el castrismo, sino por acabarlo.

Yo no lucho por migajas, ni por reformas cosméticas. No estoy pidiendo parches al sistema, ni permisos para respirar un poco más hondo. Estoy exigiendo lo único que puede devolverle la dignidad al pueblo cubano: el fin de la dictadura. No me interesa el disfraz de legalidad con que maquillan su represión. No busco sobrevivir en las rendijas del sistema: busco tumbarlo.

Por eso no soy activista. Porque activismo puede ser hacer campañas, firmar peticiones, publicar denuncias. Y sí, eso también es parte de la lucha. Pero mi causa no es un reclamo parcial: es una confrontación total contra el poder criminal que gobierna Cuba. Mi lucha no es por derechos dentro de una dictadura, sino por la libertad total de una nación secuestrada.

Para el régimen, yo no soy un crítico: soy un enemigo. Porque no me someto, no transo, no acepto las reglas del juego del opresor. Porque no les pido espacio, les exijo que se vayan. Porque no reconozco su legitimidad ni su autoridad. Porque les declaro la guerra moral, política y cívica desde donde estoy, hasta que caigan.

Así que no me llamen más activista. Soy opositor.

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