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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- A la tiranía cubana no le molestan mucho los gritones, los que rompen vidrieras, los que roban o increpan. A esos los ponen enseguida a buen recaudo. Les arman una leyenda y los convierten en carne de presidio, a veces como vulgares presos comunes, en viejas mazmorras donde el hambre termina por hacerlos dóciles.
Tampoco les importan mucho los que hacen campañas desde fuera y prometen desembarcar un día de un navío con mil fusiles y un millón de balas. Pasan de ellos o mandan a sus agentes, porque tienen agentes en todas partes, a hacerles campaña en las redes sociales, a denigrarlos, a sacarles trapos sucios, esos que todos tienen, incluyendo los tiranos.
No les interesa cuántos medios independientes dediquen tiempo a revelar la verdad de lo que ocurre en la isla, la vida de lujos de los Castro, si al final saben que los de adentro no los podrán ver, y, si lo logran, estarán con las manos atadas, sin posibilidades de reproducir las verdades, acusar, reclamar.
El sueño de los dictadores se lo quitan los hombres y mujeres que piensan. Por eso se aterran ante Jorge Fernández Era y mandan cada cierto tiempo a un par de sus paramilitares a vigilar su casa e impedirle salir.
Lo mismo pasa con Alina Bárbara López Hernández. Ellos saben que la profesora e historiadora no va a armar algazara alguno, que lo que necesite decir lo dirá con tranquilidad absoluta, con todos los argumentos en las manos, y eso los aterra. Saben que ninguno de esos ‘gorilas’ de la Seguridad del Estado encontraría argumentos para sostener una charla sobre cualquier tema con la profesora.
Lo mismo pasa con Jenny Pantoja. También le tienen gendarmes en los bajos de su casa. Le prohíben salir. Intentan tenerla bajo control absoluto, como para que los cubanos -el resto- vean que nada escapa a la vigilancia gubernamental, para que piensen que tienen una red enorme, capaz de examinarlo todo y hacer que se cumplan sus leoninas condiciones.
Saben que los liderazgos emergen de ahí, que las masas siguen a esas personas, porque reconocen en ellas a los adalides. Y el castrismo ha tenido cuidado extremo, desde el inicio mismo de su llegada al poder, de tener controlados a los que inspiran algún liderazgo.
Si un chico sobresalía en la primaria, sobre todo si la familia no era muy afín al castrismo, no paraban hasta convertirlo en en jefe de grupo, de colectivo. Y así fue durante la secundaria, el pre, la universidad, la vida laboral. A algunos consiguieron captarlos para sus filas, pero siempre alguno se les escapó. A esos también les temen. Saben que están por ahí, escondidos, y que en cualquier momento esa llama puede encenderse y generar un estallido de libertad.
Cuba necesita de líderes -no de caudillos-, de personas que piensen, que halen, que movilicen, que tengan capacidad de decir. Y por más que el sistema cubano sea cerrado, que no permita campañas electorales, como ocurre ahora en Venezuela, siempre habrá alguien que mantenga en vilo a la familia Castro y sus adláteres.
Cuba, sin embargo, necesita de todos. Desde el que incendia un cañaveral, hasta el que pinta una pared. Esas acciones también van haciendo mella en el desvencijado aparato represivo del gobierno, cada vez con menos capacidad de acción y movimientos.
Necesitamos personas que piensen y personas que actúen. Líderes y guerreros, generales y soldados, gente dispuesto a dejarse todo por la libertad de Cuba. Solo libres podremos soñar con ser prósperos.
¡Pongamos manos a la obra, cubanos!