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Por Yoyo Malagón ()
Madrid.- José Mourinho quiere volver a casa. O eso dicen. O eso se dice que dice. Tal vez eso le gustaría que creyéramos que dice. El caso es que el técnico más teatral del fútbol mundial —el hombre que convirtió las ruedas de prensa en obras de Broadway y los banquillos en ring de boxeo— estaría dispuesto a regresar al lugar donde empezó todo: Portugal. Allí donde un día fue el traductor de Bobby Robson y terminó siendo el intérprete de su propio mito.
El rumor tiene olor a despedida. A último capítulo. A ceremonia de clausura. Porque Mourinho volvería, según estas versiones que nadie confirma pero todos repiten, no para conquistar Europa otra vez, sino para cerrar el círculo. Para terminar donde empezó. Como esos rockeros que anuncian su gira de adiós y al año siguiente sacan otra. Pero esta vez parece serio. O al menos, parece que quiere que nos lo creamos.
El problema —o la gracia— es que Mourinho ya no es el Mourinho de Porto, el que ganó la Champions con un equipo de desconocidos y se comió el mundo. Tampoco es el de Chelsea, el de la Premier como patio de recreo. Ni siquiera es el de la Inter de Milán, el que convirtió a un grupo de veteranos en leyendas. Ahora es un tipo que lleva años peleando con árbitros, jugadores y hasta con sus propias sombras. Un hombre que parece más interesado en las batallas que en la guerra.
¿Y qué mejor lugar para una última batalla que Portugal? Allí, donde todo comenzó, podría terminar la función. No con un portazo, sino con un guiño. Con un «esto ya lo hice, y lo hice mejor». Con la tranquilidad de quien sabe que, pase lo que pase, nadie le quitará lo bailado.
Claro que hay otra lectura: que esto no es un adiós, sino otro acto más del espectáculo. Que Mourinho vuelve a Portugal no para retirarse, sino para resucitar. Para demostrar que todavía puede. Que todavía es él. Que todavía duele.
Pero la verdad es que da igual. Porque con Mourinho, lo único seguro es que habrá función. Aunque sea la última.